La cadena nacional de Radio y TV, tal como existe en la Argentina, debe ser eliminada.
Por supuesto, es una mejor alternativa reducirla a 7 a 10 minutos como proponen –bien intencionadamente y con argumentos inobjetables– el diputado Roy Cortina y el director opositor de la AFSCA Gerardo Milman. Pero en un gobierno como el K la manipulación seguiría igual (cadenas frecuentes, diarias y/o propagandísticas).
La eliminación de la cadena procede más allá de su uso “imperial” (como el de la presidenta Cristina Kirchner en la inauguración del “Centro Cultural Kirchner”, cuando decide en vivo cambiar el nombre de una sala, al estilo Chávez).
O de los divagues autorreferenciales de la mandataria, de su empleo como modo de propaganda partidaria-electoral del FPV, de transmisiones de varias horas o de su uso para “escrachar” personas.
Es que estas conductas están mal siempre en un acto presidencial, se transmita o no en cadena. (La cadena, claro, agrava estas cosas.)
Pero el punto real es que eliminación de la cadena nacional no es ninguna medida extrema o maximalista: en muchísimos países la cadena es voluntaria o directamente es un concepto inexistente.
En Chile las cadenas son voluntarias; en EEUU y en casi toda Europa Occidental no existen. En otras naciones, como en Brasil o Uruguay, se usa verdaderamente en situaciones excepcionales.
Aunque no haya cadenas ni tengan medios “propios”, muchos gobiernos en distintos países conservan igual alta popularidad o son reelectos. Y la pluralidad de medios en esos países hace inconcebible que un gobierno no tenga como difundir su “mensaje”.
Sin ir más lejos, el delasotismo en Córdoba y el socialismo en Santa Fe han logrado su reelección varias veces pese a casi no tener medios “propios” en sus respectivas provincias.
Además, debe tenerse en cuenta que una cadena nacional es siempre una expropiación no compensada del tiempo económico de los medios.
Por otro lado, es una vulneración al derecho de elegir de una audiencia, obligándola a ver y escuchar algo que puede no interesarle.
Y por último, si un mandatario dice cosas importantes, los medios –por mas “opositores” que sean– lo recogerán o lo retransmitirán igual, simplemente por la demanda de sus audiencias y/o por responsabilidad periodística.
Si hay una emergencia nacional o una situación grave verdadera las emisoras siempre reproducirán la transmisión. Es inconcebible que ocurra lo contrario. Ejemplos en el mundo sobran, los cuales sería largo enumerar.
Y además, en un régimen abierto de medios, cada gobierno tendrá medios privados afines (pero sin privilegios ni prebendas) que pueden darle atención preferente a sus posiciones y sus “obras”. (Sin contar la existencia de medios públicos, que en realidad no deberían ser tampoco voceros del gobierno, salvo en un esquema donde sean voceros de todos los sectores.)
Es un viejo mito de la comunicación que hay gobiernos “buenos” que no saben comunicar lo que hacen. La verdadera comunicación es lo que hacen en general, no las manufacturas audiovisuales de ese mismo gobierno.
Es también un mito que un “buen” gobierno puede ser “petardeado” por medios masivamente en contra. Cuando ocurre esto, normalmente, es que una masa crítica de población también ya está generalizadamente “en contra” de ese gobierno.
Roberto H. Iglesias
Periodista, consultor y analista de comunicación
Archivo del Autor: Roberto H. Iglesias