Para sostenerlos hacen falta diagnósticos auditados. Los registros de suelos son herramientas que permiten a través de sus lecturas allanar el camino para nutrir un cultivo y también proteger el suelo.
Los rendimientos no sólo responden a la genética sino a la historia de manejo del suelo. Antes de la siembra directa o de las siembras con baja labranza, los suelos sufrieron el uso de herramientas que invadieron la sub superficie, presumiendo que se trataba de un recurso imbatible. Esta realidad cimentó un “piso” de comportamiento variable con mayores limitantes mecánicas en los suelos arcillo-limosos. En estos, entre los 27 a 31 centímetros por debajo de la superficie las raíces encuentran impedimentos. También se vuelve difícil el diagnóstico, que habitualmente se restringe a un perfil de 18 a 20 centímetros.
Otra de las modificaciones que sufren estos suelos se manifiesta en los primeros centímetros del suelo inmediatos a la superficie con expresión laminar. Allí ocurren deficiencias en el adecuado desarrollo de los primordios de la raíz. Una de las probables causas tal vez sea la persistente secuencia trigo/soja que vuelca con sus rastrojos una alta concentración de minerales que compiten con los funcionales.
Otro estrés oculto en la biología de los suelos es el exceso de aplicaciones indiscriminadas de descartes de cama de pollo, que además de ser utilizados irracionalmente y sin un análisis que lo justifique, no hay datos de la evolución de sus contenidos ni de la presunta riqueza.
El uso del riego complementario promueve condiciones óptimas para la mejora en la expresión de la genética y consecuentes aumentos de rendimiento. Sin embargo, es escasa o nula la lectura del perfil de suelo hasta 180 centímetros de profundidad para definir los presuntos desbalances del comportamiento de esa agua. En términos de años y milímetros regados provocan bloqueos y desajustes en las bases, más aún en ambientes de estructura restringida. La conjunción de una genética de alta capacidad de extracción mineral y nutritiva, cruzada por una subnutrición o la falta de fertilización acorde a la necesidad de los cultivos conduce a pérdidas progresivas de la riqueza de la materia orgánica. En ese escenario, el costo oculto se revelará por “techos” de producción y la imposibilidad inmediata de superar estatus de rindes adecuados a la inversión productiva.
Eventos extremos no menores como una sobresaturación por inundación y probable yuxtaposición de los componentes de partículas de suelo con arrastre mineral, provocarán cambios en el “mapa químico” del suelo, además de una baja oxigenación y la necesidad de reconstruir los ambientes para mejorar su calificación.
El esfuerzo profesional puesto en cada inoculación del cultivo de soja o en promotores-facilitadores de nutrientes y la no adecuación del micro-estrato donde se alojarán tales organismos, se transformará en un costo necesario para obtener el máximo beneficio en la fijación y en la expresión del nutriente aportado o nativo.
Al analizar las restricciones productivas de las diferentes regiones es concluyente la necesidad de constituir un microambiente de confort para la sociedad agua-suelo-planta. De las auditorías realizadas sobre la base de más de 20.000 muestras estratificadas y la experiencia con mezclas que alcancen ese estatus de bienestar surge la tecnología Pampero, una solución cierta que da la posibilidad de cubrir el amplio espectro de 100 o más tipos de ambientes.
La selección de Pampero es variada y completa. Hay propuestas tanto para suelo, como los Azugran y Azugran potenciado, y los sulfatos Premium Nidera, Sulfato doble, como la adecuación de cada Nitromix para los requerimientos surgidos por perfil nutricional. Así, la tecnología Pampero asegura para cada cultivo una adecuación en lo inmediato y la posibilidad de complementarse con prácticas responsables en los ambientes predefinidos. (Fuente: Nidera)