El objetivo es estabilizar las dietas para producir más litros de leche y de carne por hectárea. Esta es una de las principales temáticas que se presentan en la 6ª Jornada Nacional de Forrajes Conservados, que comenzó hoy y se extiende hasta mañana, en el INTA Manfredi –Córdoba–.
Para Mario Bragachini, coordinador de las jornadas, “en los últimos años el área destinada a silajes de pastura y, fundamentalmente, sorgo y maíz aumentó aproximadamente 20 veces y eso habla a las claras de que ya no se hace el forraje conservado para cubrir baches de caída de producción de las pasturas, sino que ahora es la base de la alimentación”.
De acuerdo con el especialista, la intensificación de los sistemas productivos se evidencia en que “el 50% de la carne producida en el país se realiza en feedlot y, lo mismo ocurre en los tambos, en donde incluyen dietas que contienen, principalmente, granos, concentrados y coproductos de la industria”.
En su primer día, esta edición de la Jornada Nacional de Forrajes Conservados convocó a alrededor de 1.600 asistentes, que participan en forma gratuita de dos días de capacitación y dinámicas a campo con más de 42 disertantes nacionales e internacionales, entre los que se cuentan destacados especialistas en carne y leche, con foco en los forrajes conservados de alta calidad para la producción.
Eduardo Martelotto, director del Centro Regional Córdoba del INTA, se refirió a la jornada como un espacio que brinda la oportunidad de mostrar el potencial de instituciones público-privadas para compartir conocimientos y tecnología que mejoren la eficiencia en la producción de leche y carne. “Si con estas jornadas logramos motivar a los productores y darles instrumentos para generar sistemas productivos que sean sustentables, habremos cumplido parte de la misión asumida por esta institución”, dijo.
Por su parte, Enrique Bedascarrasbure, director nacional asistente de Innovación sostuvo que este encuentro es una oportunidad para establecer una alianza estratégica con los productores y llevar adelante el proceso de innovación que requieren los modelos intensivos ganaderos. “Debemos llevar los avances tecnológicos y la competitividad que ya se logró en el sector agrícola a la cadena de producción animal y, al mismo tiempo, internalizar la búsqueda de agregado de valor en origen para aumentar la calidad de cada tonelada de carne exportada por el país”, expresó Bedascarrasbure.
En los modelos intensivos ganaderos, la alimentación es la variable de mayor impacto en la rentabilidad del negocio y los forrajes conservados constituyen recursos clave para estabilizar y balancear las dietas. Proveen nutrientes para sortear el déficit de pasto, equilibran las dietas todo el año y, principalmente, son básicos para incrementar en forma sustancial y sostenible la carga animal. Es decir, para producir más litros de leche y kilos de carne por hectárea.
“Es claro que sin estos alimentos la producción de carne y leche a escala industrial, no sería posible en el país”, afirmó la especialista Miriam Gallardo, con una reconocida trayectoria en el INTA que la posicionó como una de las principales referentes del rubro. Para la especialista, “el notable desarrollo de la agricultura nacional acompañado por la masiva industrialización de las materias primas, ha generado un abanico muy amplio de alimentos, que permiten actualmente diversificar y explorar opciones de alimentación de menor costo, mayor eficiencia y sustentabilidad, con una mejora significativa del resultado económica de la empresa”.
En estos sistemas de producción, los forrajes constituyen los principales ingredientes de las raciones, porque poseen cualidades nutritivas muy diversas y cumplen roles metabólicos distintos, como el energético, el proteico y el aporte de fibra efectiva. Los silajes de maíz y sorgo, por ejemplo, proveen fibra fermentable que el animal utiliza para mantenerse, crecer, aumentar de peso o producir leche. Además, cuando estos cultivos contienen mucho grano, resultan alimentos energéticos.
El desequilibrio en la dietas es una de las principales causas de pérdida de productividad en los sistemas ganaderos pastoriles. El especialista Marcelo de León, del INTA Manfredi, señaló que para formular esas dietas en base a forrajes conservados, es necesario “conocer su valor nutricional para poder relacionarlos con los requerimientos de cada tipo de animal y su producción”. Así, el balance nutricional es la principal estrategia para obtener diferencias significativas en respuesta animal y en resultado económico.
Las investigaciones muestran que, en los sistemas ganaderos para carne, la ganancia diaria de peso vivo (g/an) depende del balance proteico de las dietas. “La combinación del forraje conservado de buena calidad con el balance de la dieta puede significar un aumento de 200 a 400 % por día en ganancia de peso”, aseguró De León.
De acuerdo con Gallardo, en los modelos intensivos ganaderos, principalmente confinados y semi-pastoriles, la alimentación puede representar más del 60 al 65 % de los costos totales de producción y es la variable de mayor impacto en la rentabilidad del negocio.
La calidad de la reserva forrajera y su potencial para la producción dependen del material inicial, de la confección y su posterior conservación. Según Marcela Martínez, del INTA Salta, “no se puede obtener una reserva de calidad, si no se parte de un forraje en pie de calidad”. En este sentido, señaló que un cultivo de buena sanidad debe contar con una adecuada relación entre el grano y la hoja, más el tallo y con poca o nula presencia de material vegetal degradado.
Para que el material ensilado conserve las características del forraje a campo resultan clave cuatro factores: momento óptimo de picado, regulación de la máquina picadora –altura de corte y tamaño de picado–, compactación adecuada del material para el silo puente, bunker o torta y tiempo de llenado, en el caso de silo bolsa. En consecuencia, existe una gran variabilidad en los parámetros de calidad que debe tenerse en cuenta al momento de armar las dietas.
Los requerimientos de proteína bruta (PB) del vacuno crecen con la intensidad y tipo de producción: son altos en animales en lactación (15 a 16 %), intermedios en engorde y crecimiento (12 a14 %) y bajos en mantenimiento (9 %). La deficiencia proteica en la dieta diaria reduce la velocidad de digestión del pasto: el forraje permanece más tiempo en el rumen y se resiente el consumo voluntario. Al suplementar con un concentrado proteico se acelera la fermentación ruminal, aumenta la tasa de digestión y se estimula el consumo.
En el caso de los sistemas lecheros, el aporte de fibra –que normalmente proviene de los forrajes conservados, henos o silajes– determina la proporción de grasa en la leche.
“Esto se logró gracias a la mayor participación del silaje y del heno, así como de concentrados y subproductos, en desmedro de la cantidad de pasturas y verdeos”, sostuvo Eduardo Comerón, investigador del INTA Rafaela. En esa línea, agregó que en la actualidad hay una marcada tendencia a producir un volumen de silaje y heno suficiente como para utilizarlo casi todo el año y favorecer dietas más balanceadas.
Según Comerón, una dieta recomendable para las cuencas lecheras se forma con un 30 % de silaje e iguales porcentajes de pastura o verdeo y de concentrado o subproductos. A esto, se debería añadir 8 % de una fuente de fibra efectiva –heno– y 2 % de suplementos o aditivos menores. “Los valores de los alimentos que componen esta dieta pueden modificarse según el momento de la lactancia y el nivel de producción de las vacas”, aseguró. (Fuente: INTA)