¿Es sano un cultivo que requiere aplicación frecuente de agroquímicos?

Un sistema productivo catalogado como ‘sano’ por la agronomía convencional puede tener impactos negativos en el ambiente y las personas.

Desde hace tiempo, en la agricultura se aplica el concepto de salud. ¿Qué es un cultivo sano? En líneas generales, para la mirada de la agricultura industrial, el concepto se reduce a un cultivo que alcanza su máximo rendimiento y calidad gracias a que se controlan posibles factores limitantes, o reductores, como plagas, malezas y enfermedades.

Para la agroecología, sin embargo, desarrollar un cultivo sano implica abarcar aspectos de productividad, de biodiversidad, sociales y culturales. Damián Vega, docente de la cátedra de Fitopatología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), junto con investigadores de universidades de la Argentina, de Uruguay y de Colombia analizaron estudios del área agroecológica, tomaron debates de las ciencias médicas y sintetizaron los principales componentes de la salud agrícola en un artículo publicado en la revista científica Agroecology and Sustainable Food Systems.

“Hay que poner atención cuando se dice que un cultivo está sano. Las definiciones conllevan ideas, valores, formas de ver y actuar en la realidad. Para la agronomía convencional, un cultivo goza de ‘buena salud’ cuando rinde lo máximo posible. Con esa meta, esta visión busca mantener las plagas, malezas y enfermedades por debajo de cierto umbral. Cuando se supera ese valor, se aplican agroquímicos que pueden tener efectos perjudiciales sobre otros organismos vivos, incluyendo a las personas. Parece un contrasentido que para alcanzar un cultivo sano se requiera usar agroquímicos de forma frecuente”, sostuvo Vega.

“Reducir el concepto de ‘salud’ a lograr el máximo rendimiento del cultivo, deja de lado las posibles consecuencias de los agroquímicos en el sistema agroalimentario y en los ecosistemas. Tampoco considera qué tipo de productora o productor lleva adelante el agroecosistema y en qué contexto socioambiental. Como respuesta surgieron disciplinas y enfoques que proponen visiones alternativas de la agricultura y, entre otros puntos, analizaron el concepto de ‘salud’ en los cultivos”, dijo Vega, coautor del trabajo junto con Santiago Poggio (FAUBA-Conicet), Walter Salas-Zapata (Univ. de Antioquia, Colombia) y María Inés Gazzano Santos (Univ. de la República, Uruguay).

En este marco, buscaron reconstruir el término ‘salud’ desde la agroecología, para lo cual rescataron conceptos y debates de las ciencias médicas. “En la década del ’50 —afirmó Damián—, el médico y sociólogo Aaron Antonovsky propuso cambiar el enfoque de la medicina. En vez de considerar a la salud como ‘un estado de ausencia de enfermedades’, sugirió pensarla como un proceso que se puede fomentar, y se preguntó cómo hacerlo”. La y los autores del trabajo llevaron esta mirada al ámbito de la agricultura y plantearon que un cultivo sano es más que uno que alcanza un máximo rinde al controlar los factores que lo podrían disminuir. Conseguir un cultivo sano es un proceso que involucra aspectos económicos, ecológico-productivos, socio-organizativos y también de aprendizaje y construcción del conocimiento.

Entonces, Vega se preguntó: ¿Cómo se alcanza un cultivo sano? “En principio, reconocemos la importancia del vínculo entre los cultivos y quienes los producen. Por ello, la salud del cultivo tiene que ver, sobre todo, con el objetivo de los y las productoras, con su entorno, sus conocimientos, valores y posibilidades. Establecer qué es saludable en un cultivo es clarificar quiénes producen, qué y cómo lo hacen, y con qué propósito. Al definir el concepto de salud también se pone en cuestión qué agricultura se quiere y quiénes la motorizan”.

En el artículo se recopilaron estudios del área de la agroecología y se propusieron cuatro componentes para evaluar el estado de salud de un cultivo: la utilidad, las adversidades, la autonomía y la inocuidad. “Un sistema de cultivos saludable es útil si le permite a los y las productoras alcanzar sus fines y responder a las necesidades de la sociedad; también lo es si resiste a las adversidades al potenciar interacciones biológicas, ecológicas y socio-organizativas. Por último, es útil si promueve la autonomía, es decir, si depende cada vez menos de insumos externos. Un cultivo sano debe tender a maximizar la inocuidad de los alimentos que produce y minimizar los impactos negativos en los humanos y los ecosistemas”, explicó el docente.

Ciencia, sociedad y agricultura

Vega le contó a Sobre La Tierra que desde hace años la agroecología se afianza como disciplina científica, como un movimiento social y como una forma de practicar la agricultura. “Entre otras metas, busca una actividad agrícola que preserve el ambiente, que aumente la biodiversidad y que cuide la salud de las y los productores y de las y los consumidores, además de promover los precios justos en las cadenas de comercialización y por lo tanto, la soberanía alimentaria. En este sentido, los movimientos sociales y organizaciones que cuestionan las bases del modelo de agricultura industrial son actores claves”.

“Con esos ideales, en el ámbito académico se piensa, estudia e investiga teniendo en cuenta las relaciones detrás del acceso, la producción y la distribución de alimentos. También se integran actores de diversos ámbitos que impulsan la transformación del sistema agroalimentario desde esferas productivas, económicas, sociales, políticas y educativas”, puntualizó el investigador.

Qué tenemos y qué queremos

Damián Vega comentó que el año pasado tuvo lugar el Primer Congreso Argentino de Agroecología y marcó un hito en el ámbito académico. Allí se planteó que la agroecología es la agronomía del futuro. Además, viene creciendo en cada vez más territorios a lo largo y a lo ancho del país. En el plano global, hay más conciencia de que es necesario producir y acceder a alimentos sanos, y que los productores y las productoras son fundamentales en esto.

Por último, destacó que la universidad pública es un ámbito esencial para debatir qué modelo agropecuario necesita la sociedad. “La FAUBA hace tiempo que difunde y construye la agroecología en la comunidad universitaria por medio de materias, proyectos y programas de extensión, de un Área Académica y hasta de la Feria del Productor al Consumidor. No obstante, el docente puntualizó que aún quedan muchos espacios académicos, sociales y políticos por abarcar”.

Fuente: FAUBA

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