¿Está la educación perdida?

La educación se apoya en la concepción desactualizada de escuela, que provoca serios perjuicios en los aprendizajes

Por Alicia Pintus | Educadora y filósofa | @AliciaPintus

La preocupación que tenemos como formadores respecto de la educación se apoya en la concepción desactualizada de escuela, que provoca serios perjuicios en los aprendizajes. Recorramos su historia para ver cómo podríamos evolucionar.

Muy frecuentemente observamos críticas negativas para la escuela actual, entendiendo por “escuela” tanto las unidades mínimas con que se componen los sistemas educativos -o sea las instituciones educativas de cualquier nivel y modalidad-, como los Sistemas Educativos en sí mismos, esas estructuras del Estado que se ocupan del fenómeno de la educación formal y sistemática.

Muchas de esas manifestaciones contienen a la vez un trasfondo nostálgico y pesimista. En toda opinión podemos encontrar elementos válidos para un escrutinio crítico de la situación contemporánea que atraviesan las escuelas y los sistemas educativos en este tiempo. Las manifestaciones de tono nostálgico nos remontan a visitar los orígenes de la escuela como heredera del legado moderno.

Razón y Progreso fueron los pilares sobre los que se construyó el Proyecto de la Modernidad. Se suponía que la Ilustración y el Positivismo habían contribuido fuertemente al desarrollo de ese lema que podríamos sintetizar así: “La importancia de la razón como instrumento principal del progreso humano ilimitado”. Desarrollar la razón fue, entonces, la tarea que propusieron pensadores de los Siglos XVII y XVIII y que se plasmaría en la evolución de las ciencias empíricas, con la Física de Newton como la verdadera prima donna de los avances del conocimiento científico. Pero no se trató solamente del valor de la razón como una entidad pura, sino que esa razón iluminista hizo que todos los seres humanos quedaran igualados. Dio lugar, entre otros factores, a las grandes revoluciones políticas y sociales que modificaron el mapa europeo y americano de los Siglos XVIII y XIX, destacándose la Revolución por la Independencia Norteamericana en 1776, la Revolución Francesa de 1789 y la versión local del Virreinato del Río de la Plata de 1810.

En ese proceso de constitución de los Estados Nacionales y de transformación de las monarquías absolutas camino a convertirse en democracias actuales fue que la escuela y el Libro resultaron los instrumentos privilegiados para “educar al Soberano”. Un nuevo “Soberano”: el Pueblo. Esa escuela, imbuida de una cultura verbalista y libresca, gestada a la vera del Enciclopedismo, fue una herramienta del Estado para “educar” a los súbditos devenidos en ciudadanos, y se desarrolló a la sombra de los ideales de razón y progreso del Proyecto Moderno, transmitiendo ese legado y reforzando esa visión de la época.

Unos siglos después, se fracturaron esos ideales modernos, y el pesimismo respecto de los grandes relatos y utopías no tardó en llegar a la escuela, que no ha sabido aún reinventarse para afrontar un redimensionamiento de su tarea sustantiva y de las estrategias para lograrla. Se ha dicho mucho, pero vale la pena reiterarlo: tenemos una Escuela Moderna con estudiantes posmodernos, que cada vez más exteriorizan su malestar y su disconformidad, que cuestionan la utilidad de la escuela a través de síntomas como el desinterés, la apatía, las diversas formas de violencia y disrupción en las aulas y en las instituciones.

Aparece, entonces, ese sentimiento nostálgico y pesimista, que pretende hacernos creer que hubo tiempos mejores para los Sistemas Educativos, donde las personas egresaban mejor preparadas para el mundo y la vida.

Nos proponemos ser innovadores, aplicar nuevas tecnologías, dar solución al aburrimiento con la inclusión de la informática en las aulas, con complementos de campus virtuales, o inclusión de temáticas que renueven el curriculum escolar. Sin embargo, son máscaras para no abordar el verdadero problema, que es la identidad de la escuela de caras al futuro.

¿Cuál es la identidad de la escuela con miras al futuro? La escuela transita la perenne tensión de transmitir un legado cultural más o menos cristalizado y preparar para el futuro, cuando ambos sentidos pueden entrar en contradicción, porque la velocidad de los cambios ha superado a cualquier etapa histórica precedente. Aún en la escuela de mediados del Siglo XX se podía transmitir el legado cultural y preparar para el futuro, porque el mismo se presentaba menos incierto que el que tenemos por delante. Los ritmos de aceleración de los cambios en el conocimiento son exponenciales, y es cada vez menos abarcable ese conjunto de saberes comprobados como verdaderos. El sueño de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert es un destello frente a lo que hoy podemos encontrar a través de Internet.  Es un universo virtual inabarcable y casi infinito en continuo y acelerado dinamismo, y que puede ser un gran hipertexto que linkea todo con todo.

Quizás la escuela no esté perdida, pero al menos no acierta con encontrar el rumbo para aventurarse en el futuro como una herramienta plena para la vida de los sujetos. Como decía Oscar Wilde La educación es algo admirable, sin embargo, es bueno recordar, de tanto en tanto, que nada que valga la pena conocerse puede ser enseñado”. (WILDE, 1894).

Desde los Sistemas Educativos, tan burocráticos como puede serse con o sin escuelas a cargo, deberían revisarse los postulados fundacionales de la institución educativa como su unidad básica constitutiva, y no plantearse modificaciones superficiales, sino atreverse a pensar que las sociedades están necesitando aceptar los nuevos paradigmas, indagar sobre ellos, animarse a flexibilizar el modelo moderno de espacios, tiempos y agrupamientos, que han encorsetado la trayectoria escolar teórica, impidiendo adaptaciones genuinas con las trayectorias escolares reales de los estudiantes.

Tenemos una sociedad diferente, necesitamos una escuela diferente.

Quizás la educación nunca esté perdida del todo, porque es parte de un proceso de socialización, que modifica sus parámetros y contenidos, pero siempre es parte del proceso más amplio de humanización.

educación -como ese fenómeno y proceso de doble sentido, desde donde nos apropiamos del mundo y nos volvemos humanos, desplegando todas nuestras potencialidades específicas- seguramente será perenne. Pero quizás la escuela se aleja cada vez más de la educación, y por eso, esté perdiendo el rumbo.

Probablemente los españoles de Egon Soda exageraban al cantar sobre la necesidad de una “escuela libre de enseñanza”. Tampoco la solución es, como proponía Moris, “Nunca el colegio, Siempre la vida”. Pero es indudable que necesitamos cambiar.

Lo denunciaba Charly García: “No existe una escuela que enseñe a vivir”. Y entonces podemos interrogarnos: ¿para qué sirve una escuela que no enseñe a vivir? En eso deberíamos pensar, que la escuela sea una herramienta e institución que enseñe a vivir. Sea lo que sea vivir para cada época. Competencias para la Vida que no estén sólo en los libros de texto o en Internet, sino en la interacción humana, en una comunicación que nos lleve a andar en la búsqueda de los saberes que cada quien necesite para pertenecer a la sociedad y para transformarla en algo mejor.

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