Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER
(desde Dinamarca)
La capital feliz, “Copenhappy”, o simplemente Copenhague, la capital danesa considerada por la ONU como la ciudad más feliz del mundo, es el reverso de Rosario, para algunos la Capital Nacional de la Inseguridad y el Narcotráfico.
Rosario nunca será Copenhague. O no se le parecerá nunca. No por lo menos mientras no cambien las administraciones gubernamentales de la provincia de Santa Fe y la ciudad de Rosario, respectivamente. Y esto es así por numerosos motivos. Pero quizás el principal sea el de no haber podido componer nunca (o no saber cómo hacerlo; o, lo que sería peor, no querer resolverlo) los gravísimos problemas de inseguridad y de violencia descontrolada, traducidos en la numerosa cantidad de asesinatos, la mayoría de ellos vinculados con el enseñoreado narcotráfico y la falta de reacción de los estamentos oficiales correspondientes, que se han conformado con intentar distorsionar datos y estadísticas y representar el papel de meros comentaristas y testigos pasivos de la realidad.
Sería extenso, ímprobo y una tarea casi filosófica tratar de consensuar qué puede entenderse por felicidad. Pensadores de todas las épocas, poetas, escritores, psicoanalistas y rockers, entre otros, se encargaron de aportar conceptualmente al respecto. Quizás lo más claro sea aceptar que la felicidad (también el dolor) en muchas ocasiones es consecuencia de una insistente búsqueda personal. Es decir, todo parece ser una cuestión de actitud y decisión personal. Pero si el contexto no acompaña, si no proporciona las condiciones más elementales para una tranquilidad básica que nos permita transitar con cierta confianza las calles de una ciudad, la felicidad ni nada que tímidamente se le aproxime, serán posibles.
Resulta increíble la campaña oficial que desde hace años pretende convencernos de que Rosario es una ciudad turística. Y más allá de la infraestructura hotelera, que sí existe y que en algunos casos es buena y recomendable, hotelería sin viajeros interesados en cantidad adecuada, es casi lo mismo que nada. Y los datos de Turismo Municipal en cuanto a movimiento de pasajeros resultan tan confiables como el INDEC de Moreno. ¿A quién podría interesarle, por puro gusto, venir a pasear por la ciudad que no para de romper récords en cuanto a violencia, a inseguridad, a asesinatos? Donde todo parece un gran descontrol, que ha provocado que muchos crean que es una especie de amplia zona liberada por parte de la policía provincial.
Para los que viajamos con alguna frecuencia, procedentes de Rosario, llegar a Escandinavia, y especialmente a Copenhague, nos hace sentir verdaderamente en otro mundo. Desde 1901 Dinamarca es una monarquía parlamentaria regida políticamente, al día de hoy, por el Venstre (Partido Liberal Danés), siendo un liberalismo sui generis, con cuya ideología se podrá coincidir o no. Pero el modelo de estado de bienestar, que es el vigente, aún con una alta carga impositiva para el ciudadano (alrededor de un 46 %), los coloca en situación de absoluta igualdad en cuanto a derechos y beneficios sociales. Tampoco debe ser casual que este país es considerado el menos corrupto del mundo, con la confianza generalizada que conlleva ello para con sus funcionarios. Con un contrato social basado en la transparencia y la solidaridad. Y, también, se afirma que Dinamarca es uno de los mejores países para vivir. No es para menos: salud y educación de alta calidad, gratuitas para todos. No se pagan peajes. Subsidio estatal mensual para estudiar en la universidad. ¿Qué más pedir? Y cuentan de sus políticos que nadie se la lleva. El crecimiento económico es constante. El PBI per cápita es altísimo. Las libertades individuales se respetan a rajatabla. Y la tasa de delincuencia es bajísima. Dato no menor: cuentan con populares supermercados abiertos las 24 horas los siete días de la semana. Cómo se reirían si les contara que en mi ciudad quisieron imponer un grotesco cepo dominical con el pretexto del asadito familiar dominguero. Finalmente, como curiosidad, no pasa desapercibido que, cuando nos animamos a hablar con los habitantes mejor informados de Copenhague, la mayoría no tiene ni idea de quién es Lars Løkke Rasmussen, su actual primer ministro, tan alejados como están de los personalismos y de los políticos megalómanos.
Antes de entrar en detalles y en comparaciones, algo que llama rápidamente la atención cuando comenzamos a caminar por sus calles, es la atmósfera, el clima humano que se respira, tan cerca a la calma, la placidez, la comodidad, el rélax, la pausa, la apacibilidad. Los daneses lo denominan “hygge” (pronúnciese “Júga”), y en un esfuerzo de traducción sería algo así como la felicidad por la sencillez y las cosas simples, y el placer por la fluidez de la cotidianeidad, por el caminar lento y apacible y por los vínculos sociales y la intimidad hogareña, entre comidas sabrosas y tus series televisivas preferidas, todo lo cual ha hecho que Copenhague tenga un Instituto de la Búsqueda de la Felicidad. Que sonaría a extrema estupidez si se pensara algo así para Rosario. Pero por Escandinavia todo es diferente. Radicalmente distinto. Baste decir que la semana del 13 al 19 de agosto se llevó a cabo la masiva, colorida y ruidosa Week Pride Parade, y el respeto extremo por el otro asombran.
Copenhague tiene una población urbana de alrededor de 1.200.000 habitantes. Nada demasiado diferente de Rosario. Pero sí tiene, verdaderamente, una intensa vida turística, actividad nocturna, atracciones varias, estilo propio y barrios diferenciados unos de otros. Y uno en particular, con reglas exclusivas, como lo es Christiania, una comunidad bohemia, casi hippie, quizás un poco sórdida para algunos, enclavada en un islote, y que transitarla es casi salir de la Unión Europea. Porque es como si fuera un ghetto jamaiquino autogestionado donde el tráfico de marihuana y demás, conocido por todos, es mirado con tolerancia por las autoridades, que casi ni se meten. La contrapartida es que sus habituales transeúntes nunca se alejan de los reconocibles límites, puentes mediante, de Christiania. Fundamentalmente porque saben qué les esperaría por parte de las autoridades si quisieran mezclarse con el ciudadano común, molestándolo. Tampoco recorrerlo parece penoso ni destila peligrosidad. Están en su mundo. Su circunscripto y bien delimitado ambiente.
Copenhague y caminar por sus calles. Ir por la Av. Istedgade, cruzando el barrio Vesterbro y su ex Iglesia Absalon. O unir, en una misma caminata, desde la Estación Central, el Parque Tivoli (el segundo más antiguo de Europa), el Library Bar, el Ayuntamiento, la Glace, la típica postal portuaria del Nyhavn, el Amalienborg Kastellet, la diminuta estatua de La Sirenita, la Iglesia de Mármol y el Parque Rosenborg. Ida y vuelta. Y también la calle Vaernedamsvej, y encaminarse a la Plaza Grabrodretorv. Y todo ello, hacerlo parsimoniosamente, casi descuidados y a cualquier hora, entre peatones y ciclistas, y no sentir que el otro que se te acerca es una amenaza para tu seguridad ni que tengas que andar escondiendo tu smartphone y demás pertenencias.
¿Hace falta reiterar todo lo que venimos exponiendo, de modo actualizado, acerca de cómo se vive en Rosario? Que los numerosos asesinatos se suceden. Que nada evolucionó en este 2018. Que por el contrario, todo va empeorando. Y que el récord anual sigue aumentando. Ya estamos casi finalizando este agosto caliente en el Far West rosarino, y nada cambió, como pretendían convencer desde el oficialismo. Y que tenemos altos funcionarios que se siguen ofendiendo cuando escuchan “Zona liberada”. “Ciudad liberada”. “Provincia liberada”. “Narcosocialismo”. “La ciudad de los Monos”. “Rosario, capital nacional de la inseguridad y el narcotráfico”. En vez de que ello fuese la motivación para realizar lo que no hacen, o por lo menos para renunciar por el reiterado fracaso.
Rosario nunca será Copenhague, la ciudad más feliz del mundo. Ni siquiera se podrá fantasear con serlo alguna vez. No es posible acceder a la felicidad sin la esperanza de poder hallarla. Como sea, no existe fórmula infalible ni elixir para alcanzarla. En todo caso será una trabajosa actividad que hará que mientras se realiza se bordee una placidez espiritual, aunque efímera. Tarea que en Rosario no parece factible. Y mientras desde el socialismo santafesino más se afanaban por hacernos creer que podríamos parecernos a Barcelona, más nos aproximamos a la Medellín de Pablo Escobar. Una Rosario de sicarios, valga la rima.
Entretanto, a lo lejos, un nostálgico del rock escucha una vieja grabación del gran Pappo, de 1971, “¿Adónde está la libertad?”, en la que el Carpo se quejaba, cantando: “No creo que nunca, sí, que nunca… No creo que nunca la hemos pasado tan mal. No es posible. Es imposible… ¡de aguantar! El otro día me quisieron matar. Con ametralladoras. ¡Pá pá pá pá! Yo sólo quiero escapar ¡de toda esta locura intelectual!”. Si parece que la escribió caminando por Rosario. Y en estos días.