Por Ernesto Edwards – Filósofo y periodista – @FILOROCKER
El fenómeno del fútbol puede abordarse desde perspectivas diversas. El periodismo en general y el deportivo en particular tienen formaciones específicas, pero varias décadas atrás destacados pensadores hicieron su aporte desde otros lugares. Más allá de las valoraciones e interpretaciones que puedan hacerse, incluyendo que es comparable al clásico “pan y circo” de los romanos, es innegable que el futbol es un fenómeno masivo que como gran espectáculo forma parte de la cultura popular. Y que, por ello mismo, tuvo estrecha relación con los peores totalitarismos del siglo pasado.
Quede claro que el fútbol es otro objeto cultural que cumple con todas las condiciones para ser objeto pasible de un análisis filosófico, a la par de un adecuado eje de abordaje para la filosofía. Y también una precisa metáfora epistemológica de su tiempo.
A 105 años del natalicio del filósofo franco-argelino Albert Camus (1913-1960, Premio Nobel de Literatura), es interesante asociar a este pensador rebelde y transgresor con un supuesto ambiente intelectual en el que existen innegables prejuicios relacionados con el amplio mundo del deporte, y con el específico del futbol, empezando por creer que quienes se destacan en el campo del pensamiento y de la cultura no se interesan por él, y que los que, del otro lado, los que hicieron un coto para su explotación periodística, no conciben ni toleran la idea de que alguien más, fuera de ellos, pueda abordar exitosamente esta cuestión. En el medio, queda la enorme mayoría que, aún sin ser ni intelectuales ni periodistas especializados, sin embargo siguen, día a día, con manifiesto fervor, todos los detalles de un juego, de un deporte, que a pesar de cualquier prevención ha sabido atraer no sólo a multitudes que se apasionan sino también a pensadores en condiciones de teorizar y de reflexionar sobre él. Camus reconocía que “después de muchos años durante los cuales el mundo me ha permitido vivir experiencias variadas, todo lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.
La historia reciente de este vínculo entre fútbol y cultura pasa a través de sus principales y más destacados hacedores. El realizador Pier Paolo Pasolini afirmaba que “El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código”. El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre decía que “La vida es una metáfora del fútbol”. Y Antonio Gramsci definía al fútbol como “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”.
También es cierto que otros grandes artistas de las letras se encargaron de dejar en claro su desconocimiento y su descrédito acerca del fútbol. Jorge Luis Borges, en cuanta oportunidad tuvo, sentenció que el fútbol era “una cosa estúpida de ingleses… Un deporte estéticamente feo”. Algo ofensivo que enfrentó al supuesto mundo de la cultura con el de la sabiduría popular. Para rastrear el origen de esta pésima relación, el escritor británico Rudyard Kipling, de quien Borges se reconocía seguidor, despreció a ese deporte y a “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Y desde ese día el enfrentamiento se mantuvo en el tiempo, consolidando esa idea de que mezclar futbol con intelecto era degradar a la cultura y estigmatizar a sus representantes. Sin embargo fue justamente el periodismo el que propició que muchos intelectuales se iniciaran en el ejercicio de la divulgación, vinculándose con lo más sostenidamente popular, postergando definitivamente ese clisé nacional de Civilización versus Barbarie. Cabe acotar que el desprecio era mutuo.
Llegarían Neruda, Benedetti, García Márquez, Arlt, Quiroga, Sábato, Vinicius, Marechal y el gran rosarino Fontanarrosa como expresión de algunos de los intelectuales latinoamericanos más destacados a la hora de volcarse a favor del fútbol, y en algunos casos, de futbolizar un universo cultural que, en sus inicios, miraba escandalizado a este deporte. Para destacar, el rosarino Fontanarrosa, que con sus cuentos publicados en “El mundo ha vivido equivocado” incluyó los inolvidables “Lo que se dice un ídolo” y “Memorias de un wing derecho”.
El escritor checo Milan Kundera afirmaba que “tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo”. Sí, futbol, literatura y filosofía pueden relacionarse y convivir en un marco de mutua admiración.
Mientras tanto, los que miramos tratando de no perdernos partido de ninguna liga, copa o campeonato del mundo entero, aún sabiendo de qué se trata este negocio universal, seguiremos pendientes de cada encuentro que se dispute en el Mundial 2018 que se llevará adelante durante un mes en Rusia. Eso sí: ya no queda un Albert Camus para reflexionar sobre el universo del fútbol. Hoy tenemos al Chiqui Tapia, actual presidente de la Asociación del Fútbol Argentino y digno sucesor de don Julio Grondona, para anoticiarnos de que sus decisiones personales/institucionales son una contribución a la paz mundial. ¿Chiqui Tapia Premio Nobel?
Lo último. Lo que digo siempre: lo que el fútbol puede tener de hermoso, con ese interjuego filosófico que oscila entre lo ético y lo estético, que puede hacer que debatamos entre la posibilidad de que un golazo de Diego Maradona pueda evaluarse como una legítima obra artística, o que analicemos el significado y las consecuencias políticas de la participación de determinados países en los Mundiales de fútbol, no hace que dejemos de visualizar el inocultable intento de manipulación mediática que la mayoría padece a la hora de estos megaeventos deportivos, cuando quieren convencerte de que con el pitazo inicial de cualquier partido entre combinados futbolísticos de países distintos lo que se juega no es un simple partido sino que lo que se arriesga es el honor nacional y los valores patrióticos. Recordemos que, más bien, es la ocasión de mayor distracción popular, siempre aprovechada por el gobierno que sea para tomar las medidas que más le convengan. A los gobernantes, claro. Y, también, que los únicos que tendrán un beneficio material, concreto, son Jorge Sampaoli, personaje espeso si lo hay, y varios jugadores que no serían capaces de escribir de corrido la letra del Himno patrio. Y que ni les importa. No es la Selección Argentina. Es el combinado de la AFA de Chiqui Tapia, el heredero de Grondona. Y así deberíamos tomarlo. Aunque no nos perdamos ni los partidos que juegue el combinado de la Federación Suiza.