Lejos han quedado los proyectos ambiciosos. La ciudad ha dejado atrás las ideas disruptivas y la pujanza que caracterizaron la etapa más reciente de su modernización, para perderse en la densa nebulosa de una política ombliguista, de debates mínimos, que decide priorizar el status quo- aunque no muestre resultados- por sobre las nuevas iniciativas que progresan en el mundo.
La lista de hechos que se podrían enumerar para ilustrar el caso es extensa, pero bien vale tomar la cuestión del transporte. En los últimos días, la existencia de una mafia regenteando la parada de taxis de la Terminal de Ómnibus prendió la mecha de un debate que bien podría haberse centrado en las ventajas y desventajas que proporciona el sistema actual, pero terminó perdiéndose en cuestiones superficiales, con funcionarios y legisladores peleándose por constatar si tal grupo de apretadores existe o no, cuando, en verdad, es un secreto a voces.
Mientras el mundo discute nuevas formas de transporte basadas en la sustentabilidad, la eficiencia y la economía colaborativa, Rosario debate sobre la vigencia de pequeñas mafias que no sólo les complican la vida a los usuarios, sino también a los trabajadores del propio sector al que pertenecen. Todo ello ocurre dentro de un sistema diagramado y controlado por el Municipio, cuyas facetas más notables pasan por cobrarles las chapas a los taxistas a cambio de no brindarles seguridad, buenas calles por las que puedan transitar, ni garantizarle que podrán trabajar libremente en toda la ciudad, incluida la Terminal de Ómnibus. Mientras que a los usuarios se los ata a un servicio que está muy por debajo de los estándares de las metrópolis del mundo, siendo escaso, caro e ineficiente.
Los nuevos modelos de transporte – donde Uber es el caso más paradigmático- lastiman a los sectores concentrados no tanto por su potencialidad, sino por poner en evidencia el descalabro de los sistemas actuales, los vicios que conllevan y la resistencia de una buena parte de la dirigencia política y sindical a pensar un poco más lejos que pasado mañana.
Rosario se perdió en la nebulosa de las roscas interminables de la política enfocada en la permanencia, y no saldrá hasta tanto el espíritu emprendedor y moderno vuelva a contagiar a quienes toman las decisiones.