Investigadores de la UBA advirtieron que la población rural se encuentra expuesta a los plaguicidas que se utilizan en las actividades productivas agrícolas, que contaminan el ambiente y a los seres que lo habitan. En una jornada realizada en la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), señalaron los graves riesgos para la salud y el ambiente, asociados al uso inadecuado de estos productos. Además, presentaron una investigación en la Región Pampeana, donde detectaron plaguicidas en la sangre de un grupo de personas expuestas, con niveles de hasta 25 veces los valores de referencia.
Para los expositores es preocupante el nivel de información que se brinda a la población y a los usuarios sobre el impacto de los agroquímicos sobre el ambiente. En este sentido, coincidieron en el rol fundamental de la educación, especialmente la universitaria, en la formación de profesionales que encaren este problema desde un punto de vista amplio y multidisciplinario, buscando soluciones alternativas a la aplicación intensiva y extensiva de químicos en el agro.
“Con relación a este tema, quiero mencionar dos publicaciones de las que participé. La primera, vinculada a la problemática de los agroquímicos y sus envases, la realizamos en 2007 con la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, el Ministerio de Salud, el Conicet, la Organización Panamericana de la Salud, la UBA y otras universidades del país. Es un diagnóstico de la incidencia negativa sobre la salud humana del manejo inadecuado de agroquímicos y de la gestión y disposición final de sus envases, en distintas zonas productivas de nuestro país. Hoy, 10 años después, la situación de exposición a plaguicidas de los trabajadores rurales sigue siendo alarmante”, dijo Lilian Corra, Directora de la carrera de Médico Especialista en Salud y Ambiente de la Facultad de Medicina de la UBA.
Durante la jornada, en su charla El Problema de los Plaguicidas, sus Envases y la Salud, Corra comentó los resultados clave del estudio y advirtió que, debido a la naturaleza del medio, la familia rural, a veces de manera importante, está expuesta agroquímicos en forma permanente, ya sea de manera directa por su trabajo, por el manejo inadecuado de los químicos y sus envases, o por los alimentos, así como por el contacto con suelo, agua o aire contaminados.
“Muchas veces están desprotegidos porque desconocen los riesgos asociados para la salud y el ambiente. Además, están muy poco capacitados para manejar los equipos de protección personal o para disponer correctamente los residuos y los envases usados. La falta de acciones dirigidas a la protección y prevención es importante, y la educación e información brindada es escasa. Esto es claro cuando se observa la situación a campo de los productores rurales, en especial los medianos y pequeños”, advirtió la investigadora.
Corra, quien también es Directora de la Maestría en Difusión de Información en Salud y en Ambiente de la Facultad de Medicina (UBA) y Coordinadora del Posgrado en Salud y Ambiente del Instituto para el Desarrollo Humano de la Asociación de Médicos Municipales (CABA), destacó una segunda publicación que realizó junto con la Organización Panamericana de la Salud, con la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación y con la Asociación Argentina de Médicos por el Medio Ambiente. “Tiene que ver con la capacitación para manejar plaguicidas y envases. Es una herramienta educativa orientada a los docentes de escuelas agrotécnicas para que incorporen transversalmente a las materias, sin modificar sus currículos, temas relacionados con la toxicidad de los plaguicidas y con la forma de cuidar, cuidarse y cuidar a los demás de la exposición tóxica”.
“Como parte de las acciones en terreno relacionadas con las capacitaciones brindadas, proveíamos equipos de protección personal en escuelas agrotécnicas. En muchas oportunidades vimos que ni docentes ni alumnos disponían de estos equipos, y que desconocían cómo ponérselos o sacárselos sin contaminarse. Los alumnos volvían del campo y entraban al comedor con las botas y la ropa de trabajo. Incluso, los baños para ducharse estaban dentro de la institución. Estas prácticas contradicen las enseñanzas que se deben impartir y los alumnos incorporar; se debe facilitar el cambio de las ropas luego de trabajo a campo para evitar la contaminación de los hogares, de las familias y de otros trabajadores que no manejan químicos”.
La investigadora señaló que la toxicidad de un químico se magnifica cuando más grande es su persistencia en el ambiente. “Mientras más tiempo persiste sin degradarse, más posibilidades tiene de acumularse en los cuerpos de los seres vivos. A su vez, esto hace que aumenten las chances de transferirse a una nueva generación. Es decir: en las mujeres embarazadas, los depósitos se movilizan, y esto incluye a los plaguicidas acumulados. La exposición que tuvo durante toda su vida se traspasa al nuevo ser en el momento mismo de la concepción”.
En este sentido, Corra sostuvo que no sólo es fundamental y necesario monitorear los niveles de agroquímicos en el ambiente para conocer la situación de la contaminación, sino también en los seres humanos. “En particular, se debe proteger de la exposición tóxica la salud de la gente joven, en edad reproductiva, para asegurar la salud de sus futuros hijos”.
Agroquímicos en el ambiente
“A partir de la implementación de la siembra directa en la Argentina surgió la problemática de las grandes aplicaciones de agroquímicos, productos tóxicos con capacidad para impactar en el ambiente y en la salud humana. En todos estos años se habló mucho de este tema, pero, en realidad, poco se sabe de la magnitud de la exposición humana en nuestro país. Por eso, desde la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, la FAUBA, el Ministerio de Agricultura y el de Ciencia y Técnica de la Nación realizamos una investigación para evaluar el impacto ambiental y la exposición de las personas a estos productos químicos”, dijo Edda Villaamil, Profesora Titular Consulta de la Cátedra de Toxicología y Química Legal de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA.
En su disertación en la FAUBA, que se tituló Fitosanitarios en Cultivos Transgénicos en la Provincia de Buenos Aires y Exposición Humana, Villaamil explicó los principales resultados de su estudio. “Trabajamos en dos regiones agrícolas, Pergamino y Bragado-Chivilcoy. Allí estudiamos la presencia de plaguicidas en sangre en 212 personas, desde población urbana hasta trabajadores rurales. También monitoreamos agua. En sangre se midió la actividad de dos enzimas, llamadas colinesterasa plasmática y eritrocitaria. La primera es buena indicadora de contaminación reciente, y la segunda puede revelar una exposición crónica a ciertos agroquímicos”.
El estudio permitió concluir que tanto en las poblaciones de Bragado-Chivilcoy como en la de Pergamino se detectaron niveles de exposición reciente y crónica a los agroquímicos, de acuerdo con los niveles de inhibición en sangre de las dos enzimas. En este sentido, Villaamil profundizó su explicación: “Comparamos los niveles de ambas enzimas en dos momentos del año que difieren en la cantidad de agroquímicos que se usan: entre octubre y diciembre (aplicación intensa durante el barbecho químico) y enero-marzo (con posible aplicación de insecticidas antes de la cosecha). El 15% de las personas estudiadas presentó en sangre una exposición reciente luego de las aplicaciones. Otro 15% demostró tener una exposición crónica”.
“Cuando medimos en sangre los niveles de los plaguicidas vinculados al paquete tecnológico de la soja, vimos que la población evaluada tenía 0,25 nanogramos de endosulfán por miligramo de plasma. Si bien esta concentración es baja, es 25 veces más que nuestro nivel de referencia, que fue 0,01 nanogramos por miligramo de plasma, medido en la población que consideramos ‘no expuesta’. También detectamos esos agroquímicos en sangre, tanto en la población rural como en la urbana, aunque en concentraciones relativamente bajas”, indicó la investigadora.
Por otra parte, Villaamil resaltó que en el estudio, las muestras de agua de bebida humana, pozos y ríos de esas regiones, contuvieron agroquímicos como clorpirifós, endosulfán y cipermetrina. Sin embargo, sus valores se mantuvieron siempre debajo de los niveles guía que recomienda la OMS y que establece el Código Alimentario Argentino. En cuanto a otros agroquímicos, añadió: “En las 29 muestras que recolectamos entre 2014 y 2015 no detectamos ni glifosato ni AMPA, su principal producto de degradación. Lamentablemente, por falta del equipamiento adecuado y por problemas presupuestarios no pudimos medir ni glifosato ni AMPA en sangre u orina”.
Una preocupación creciente
La exposición permanente a bajas dosis de plaguicidas puede producir enfermedades crónicas, afectando su salud y calidad de vida. Al respecto, Lilian Corra sostuvo: “La exposición a plaguicidas puede afectar negativamente el desarrollo de los seres humanos: si es grave, puede terminar con un embarazo o llevar a un desarrollo inviable a semanas de la concepción o afectar el desarrollo de órganos fundamentales para la vida como el cerebro. A los médicos nos preocupan en particular los efectos negativos sobre la fertilidad y sobre el coeficiente y las funciones intelectuales como la memoria, el aprendizaje y la conducta. Obviamente, también influyen en el desarrollo de enfermedades como cáncer y, en las personas jóvenes, enfermedades endócrinas como diabetes e hipotiroidismo”.
“Se le debe prestar atención a los efectos de estos tóxicos sobre el sistema endócrino. Sabemos que algunos plaguicidas son disruptores endócrinos, o sea, pueden actuar como hormonas. Por eso, al impactar en las etapas tempranas del desarrollo pueden causar alteraciones irreversibles, pero claramente evitables al proteger de la exposición. En las primeras etapas del desarrollo de cada nuevo ser, todas las funciones y todos los órganos que le van a dar vida están dirigidas, justamente, con órdenes hormonales”.
Educación, área clave para el futuro
Villaamil y Corra coincidieron en el papel fundamental que le corresponde a la educación en general, y a la universitaria y técnica en particular, en relación al impacto de los plaguicidas sobre la salud y el ambiente. En este sentido, Corra afirmó: “Este problema debe abordarse de manera integral, no con acciones aisladas, sino bajo un plan general. La universidad posee un rol preponderante, en particular, a través de la capacitación, incentivando alternativas sustentables, usando las mejores técnicas disponibles y las mejores prácticas ambientales, divulgando y entrenando sobre las formas de protección, promoviendo pautas para cambiar comportamientos inadecuados y estimulando acciones de prevención de la exposición y contaminación en general”.
Por su parte, Edda Villaamil agregó que es clave que las universidades, en sus currículos, le den prioridad a la salud y al ambiente. “Es un área que está creciendo mucho debido a todos los contaminantes químicos que hoy se aplican. Es necesario formar recursos para el futuro, con mentes abiertas para discutir, disentir y generar soluciones novedosas”.
“También podemos medir el costo de la inacción que afecta la salud y la productividad. Es decir, si uno ‘no hace’ o si desperdicia los recursos. La universidad otorga recursos inestimables. La universidad da un título y, con este título, una responsabilidad. Creo que todas las casas de estudio y los colegios profesionales deberían participar en los procesos de toma de decisiones políticas. Raramente lo hacen, y eso tiene un costo. Tenemos la posibilidad de ampliar el espacio de diálogo e incorporar distintas áreas y actores, ya que la problemática de los plaguicidas, la salud y el ambiente forma parte de la política productiva, del tipo de país que queremos tener, de cómo queremos vivir y de qué pretendemos dejarles a nuestros hijos, entre otras cosas. Hoy, los desafíos son múltiples y renovados, pero también lo son las alternativas y herramientas. Las nuevas generaciones de profesionales tendrán que estar preparados para resolverlos”, concluyó Corra.
Fuente: FAUBA