La efímera alfombra del aeropuerto internacional de Panamá, muestra un dibujo de trayectorias que se expanden en todas direcciones, uniendo cientos de puntos. Un mapa aéreo pisoteado a diario por miles de pasajeros del mundo; un nodo empapelado de Copa Airlines que distribuye humanos por toda América.
La puerta que recibió un vuelo desde Miami, indica ahora la salida hacia Aruba. Portales que cambian de trayectoria, aviones que se elevan en todas direcciones. Subo con sed de caribe, me conecto, me voy.
Desde el aire, Aruba se ve como una porción de desierto flotando en el agua; una mancha de café rodeada por un mar tan turquesa que no parece real. A los arubeños les encanta decir: “Cuando llegaron los españoles, lo primero que hicieron fue irse de nuevo. Dijeron que éramos una isla inútil”. En los ojos se les adivina la ironía; ese oasis es dueño de las mejores playas del caribe y el escenario en que se imaginan los europeos de hoy, cuando sueñan con la felicidad.
La mayor distancia que uno puede recorrer en línea recta es de solo 31km; el largo total de Aruba. Antes y después; agua. La cara norte de la isla es un páramo de piedras moldeadas por el viento. No hay vegetación alguna, solo el mar caribe que golpea los acantilados y erosiona cavernas y precipicios. Allí llegan excursiones de aventura. Jeeps que recorren los bordes con los ojos cerrados y conocen los puntos exactos donde frenar a deslumbrarse. Escaleras que bajan a piletas naturales, antiguas minas de oro, esporádicas playas en medio de la roca.
El viento se mete en la isla por esa región, despoblada y desértica. En el lado sur, en cambio, las ráfagas llegan filtradas por colinas y monte; una suave brisa que disimula el calor. Es allí donde se encuentra la Aruba poblada, la de las playas paradisíacas y los hoteles de lujo; la que usted, lector, estaba esperando.
Las distancias en la isla son tan reducidas, que resulta incómodo dividirla en ciudades; la lógica de barrios parece más ajustada a sus dimensiones. Así, el microcentro sería Oranjestad, con una costanera que oscila entre lo caribeño y lo europeo; una pequeña Mónaco de pocas cuadras, con puerto repleto de yates, tiendas de moda, marcas internacionales y conductores que frenan en seco ante la mera insinuación de un cruce peatonal. Las playas en ese distrito no son las mejores de la isla, pero podrían participar en cualquier concurso internacional con chance de quedar cerca del podio. El estándar es muy alto.
En esa zona, la cadena Renassaince tiene además una isla exclusiva para los que se alojan allí (esa fue mi suerte). Un barco recoge a los huéspedes cada 20 minutos y los deposita sin cargo en la Isla Flamenco. Cómo es? Imagine la felicidad y amuéblela con palmeras. Así. El mar más turquesa de todos los mares, el agua más cálida y flamencos rosados caminando a su lado. La gente sonríe y saca selfies donde sonríe todavía más, para mostrar a los parientes lo dichosos que son. El paraíso de los justos.
Aruba pertenece al Reino de los Países Bajos y cada cuatro o cinco años recibe la visita del Rey Guillermo y su esposa Máxima. En ese momento, los vecinos condescienden en saludarla en neerlandés, pero también podrían hacerlo en papiamento, inglés o castellano, ya que gran parte de la población conversa sin dificultad en los cuatro idiomas.
La principal actividad de Aruba es el turismo y todo gira en torno a él. Hay restaurantes de todas las nacionalidades posibles (franceses, cubanos, norteamericanos, italianos, japoneses, neerlandeses, argentinos, ingleses, arubeños, belgas, chinos), doce casinos distribuidos en la isla, cadenas internacionales de hoteles y las mejores playas del mar caribe. Sin discusión; certificadas por concurso público.
Si Oranjestad es el microcentro, Palm Beach es la zona turística por excelencia. Allí se concentra la escena top (me disculpo por el adjetivo) de la isla. Los mejores hoteles con salida a la playa y un boulevard colmado de restaurantes, galerías comerciales y bares, que durante la noche se enciende. Todos pasan por allí, se sonríen y visitan; de bar en bar, de fiesta en fiesta.
Mire lector el mapa que dibujé. En toda la costa del sur y el oeste de Aruba hay playas con diferentes nombres y una belleza inaudita, difícil de describir sin redundar en adjetivos (busque Ud. mismo los sinónimos de paraíso | sueño tropical | laguna azul | vendo todo y me instalo aquí).
Más allá de los distritos diseñados directamente para el turista, el resto de los barrios de la isla muestran su identidad más popular y auténtica. Ahí es necesario bucear uno mismo, para descubrir; meterse tras bambalinas, entrar en el mapa reservado a los locales, a los lugares menos maquillados. En esa búsqueda encontré Zeerovers; un comedor de pescadores en Savaneta, el descubrimiento gastronómico más feliz de toda mi estadía. Está montado sobre un muelle donde se cocina la pesca diaria, que se come sin cubiertos y se acompaña con cerveza. Si algún invierno me preguntan dónde quisiera estar, intuya Ud. mi respuesta.
Cuando Aruba se muestra internacional, nadie le gana. La “isla inútil” supo representar el paraíso como ningún otro destino del caribe, le puso palmeras y despertó suspiros alrededor del mundo. Llegan cruceros, bajan aviones y nadie queda decepcionado. Pero Aruba es más que eso; también desértica y hostil; una roca fascinante azotada por el viento. Entre los caseríos de la periferia, hay improvisados accesos a las playas que no figuran en ningún folleto; escenarios que sonríen humildes, al sol del mar caribe; pescadores en su eterno alejarse del tumulto, niños aprendiendo a nadar, trabajadores que terminan el día en la arena. No hay nada más real que eso; el paisaje cobrando sentido en el uso de la gente, volviéndose hábito. No se imagina lector lo lindo, lo puro, lo verdadero de esa escena, por más énfasis que le ponga a mis las palabras.
Fuente: Destinos y Hoteles