Sabemos que apenas percibimos un 5% de las señales que nos rodean, y la tecnología está empecinada en que esta cifra aumente de diferentes maneras.
Existe una creciente comunidad global que utiliza foros como Biohack.me, en los que comparten sus ideas y proyectos, son los denominados grinders, tecnófilos dispuestos a modificar su cuerpo para tener visión nocturna, implantarse imanes en la punta de los dedos o introducir quirúrgicamente un vibrador en la base del pene (se llama Lovetron 9000).
El británico Neil Harbisson, un artista incapaz de distinguir los colores por una enfermedad pero que, tras instalarse una antena auditiva conectada al cerebro, puede diferenciarlos a través del sonido. Es la primera persona reconocida como ciborg por un gobierno.
Al vicerrector de Investigación de la Universidad de Coventry (Reino Unido), especializado en cibernética se le conoce también como Captain Cyborg o Mr. Chip. En 1998 fue el primer humano en implantarse en el antebrazo un pequeño transmisor de radiofrecuencia, con el que podía controlar las puertas, la temperatura y las luces de los despachos del departamento de la facultad de Reading donde desarrolló sus primeras investigaciones. Según la definición que da, el biohacking es «enlazar la tecnología con el cuerpo humano. En un término más amplio, supone dotar al ser humano de habilidades extra o incrementar las capacidades de sus sentidos».
En su siguiente experimento, dos neurocirujanos le implantaron cien electrodos en las fibras nerviosas del brazo izquierdo. Después, se conectó a una computadora a través de una interfaz neuronal, capaz de controlar las señales nerviosas que iban desde su cerebro hasta su extremidad, recibiéndolas y transmitiéndolas como ondas de radio. Eso le permitió mover una silla de ruedas y un brazo artificial al otro lado del Atlántico. Incluso le implantó a su mujer un mecanismo similar para poder comunicarse a través de una especie de código morse telepático.
En los últimos años, Warwick está intentando aplicar y mejorar ese mismo proyecto, bautizado como BrainGate, para «disminuir o mitigar los síntomas del Parkinson. Es un implante cerebral que, en conexión con una Inteligencia Artificial, aprende a reconocer cuándo vienen los temblores antes de que se materialicen y ayuda a evitarlos».
El biohacking se ha convertido en una subcultura en la que conviven dos corrientes principales. Por un lado, están los que se centran en la ciencia ciudadana, en proyectos que van de la edición genética a la fabricación de tejido vivo con impresoras 3D y el abaratamiento de procedimientos médicos de alto coste. Son investigaciones al margen de las instituciones oficiales, pero realizadas por personas con formación científica, como los integrantes de DYBIO Barcelona, el primer colectivo de biohackers españoles.
Por otro lado, estarían los mencionados grinders, gente encantada con la idea de insertar en su propio cuerpo microchips y gadgets como los que diseña Grindhouse Wetware. Este colectivo de Pittsburgh, según cuenta su asesor, Ryan O’Shea, «se centra en reemplazar biología con tecnología. Más que reparar o reemplazar órganos biológicos con más de lo mismo, los biohackers tecnológicos estamos más interesados en la integración hombre-máquina, y quizá en último extremo, en la completa eliminación de la biología de la ecuación».
Su dispositivo NorthStar tiene el tamaño de una moneda de dos euros y LED que se iluminan a nivel subdermal, que sólo tiene una finalidad estética. «Es sólo el comienzo», asegura O’Shea. «Estamos a punto de terminar la versión 2.0, que incluirá el reconocimiento gestual. Eso permitirá a los usuarios interactuar con la tecnología del internet de las cosas, como abrir y cerrar puertas, arrancar el coche o pedir un Uber sólo con un gesto de la mano».
De hecho, la posibilidad de identificarse o pagar con un chip NFC, que usa la misma tecnología que la de las tarjetas contactless, ya existe: la empresa estatal de ferrocarriles sueca SJ permite desde abril el pago con este sistema a 200 personas, en una iniciativa todavía en fase de prueba.
El proyecto a largo plazo de Grindhouse Wetware, bastante más ambicioso y con posibilidades de implantarse en medicina, está enfocado hacia el «seguimiento y registro de datos fisiológicos como la oximetría del pulso, la frecuencia cardíaca, la presión arterial, la temperatura y la glucosa en la sangre», detalla O’Shea. Para ayudar a dar sentido a ese caudal de información, ha fundado una startup llamada Behaivior, con la que busca, «utilizar el reconocimiento general de patrones para identificar y predecir los resultados del comportamiento humano».
Todo este tipo de estudios y experimentos tienen también sus detractores y genera dudas diversas. «Cualquiera que estudie científicamente mis investigaciones sabrá que esas dudas no tienen razón de ser», se defiende Warwick. «La sociedad no está en contra de ver hasta dónde podemos llegar ni de qué es posible a la hora de mejorar nuestras capacidades. Yo soy un científico investigador y mi trabajo es experimentar», concluye.
Él está intentando llegar a «controlar la tecnología a través del pensamiento, tener la posibilidad de extender el sistema nervioso por la red, lo que quiere decir que tu cerebro y tu cuerpo no necesitan estar en el mismo sitio».