Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
La primavera es símbolo de renovación natural y de florecimiento de amorosos sentimientos. La filosofía y el rock se han ocupado de ella. También, en la Argentina, es el período en que los políticos le sacan punta a sus planes electorales de corto plazo.
Desde la antigüedad, cada una de las cuatro estaciones del año representa situaciones y atmósferas diferentes. La primavera, a la par de ser un ciclo transicional entre el invierno y el verano, es una polisémica metáfora que refiere al despertar de la naturaleza, al renacimiento de la humanidad, y a esperanzadas emociones. De este lado del planeta acaba de comenzar una vez más.
Con Perséfone la tradición mitológica griega conserva esa leyenda que pretende explicar metafísicamente el origen de la primavera. Perséfone era hija de Démeter, madre de la Vida, y estando absorta mirando una flor fue raptada por Hades para hacerla su esposa, llevándola al inframundo. Desolada, Démeter saldrá a buscarla sin que nadie sepa de ella. En su recorrida, todo comienza a marchitarse y morir, por lo que Zeus (cómplice inicial de Hades) envía a Hermes a rescatarla, restaurando así la vida de la naturaleza. Hades lo consiente siempre y cuando Perséfone, cada tanto, regrese a él eternamente. Tal era la sustancia de su cosmogonía.
Escritores y dramaturgos aportaron lo suyo. “Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos”, admitió Hermann Hesse, describiendo sus reflexivas caminatas primaverales. En ocasión de su llegada, Gabriela Mistral escribió: “Doña Primavera de aliento fecundo, se ríe de todas las penas del mundo…” Octavio Paz decía lo propio: “El día abre los ojos y penetra en una primavera anticipada. Todo lo que mis manos tocan, vuela”. Y Alejandro Casona había prescripto: “Prohibido suicidarse en primavera”, alejándola así de cualquier pensamiento sombrío.
Asimismo, la recordada “Primavera de Praga”, en 1968, aludía al movimiento popular checo que apuntaba a democratizar un estado sojuzgado por la Unión Soviética, la misma que con la invasión junto a las tropas del Pacto de Varsovia aplastó aquella utopía política.
El aleccionador filme coreano “Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y otra vez Primavera”, como alegoría de la vida, muestra que nadie es ajeno a las estaciones y los ciclos, que en ese orden, plantean una secuencia de nacimiento, desarrollo y decadencia, y que para poder acceder a un último florecimiento todo dependerá de cómo nos hemos comportado en las instancias previas. En karma y nirvana, pensarán algunos. En causas y consecuencias, otros. Como sea, la necesidad de coherencia y ética para una vida mejor.
El rock en español también le dedicó conceptos a esta cuestión estacional. Desde la ingenua y muy pop “Vuelve primavera”, versionada hasta el cansancio: “El invierno ha llegado y el sol ya va a salir. Mas el canto de mi alma dice así: ¡vuelve, vuelve, primavera!” El pionero Litto Nebbia, en “Canción para jóvenes en primavera”, avisaba: “si el corazón te sorprende, no temas, que esto sucede en primavera…” Y en “Rosemary”, esperaba: “Al llegar la primavera, Rosemary, tu amor sólo mío será”. En “Amor de primavera”, Tanguito cantaba, en su único disco: “Allí a lo lejos puedes escuchar a un amor de primavera, que anda dando vueltas…” Claro, es cuando parece que más veces sucede. En la ochentosa “Primavera animal”, los Virus narraban: “Porque acostumbro siempre a desear eso que sé que no voy a lograr. Es ese instinto animal natural, que aunque lo quiera no puedo negar. La primavera no me deja enfriar…” Con “Buscando un símbolo de paz”, Charly García, sabiendo de qué se trata, advertía: “Nos divertimos en primavera, y en invierno nos queremos morir…” En “Días blancos de Primavera”, Pedro Aznar contaba: “Este azul va a llevarse tu dolor…” En el hit “Primavera 0”, Gustavo Cerati se situaba: “Y ahora estoy aquí. Temblando frágil en la multitud.
Y la espero… Primavera 0”. También se inspira en ella “La parte de adelante”, de Andrés Calamaro, con su clásica rima jinglera: “qué más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera, siempre viajando en un asiento de primera…” Y “La última primavera”, del violero Skay: “Un nuevo día en el planeta es hoy. En algún lado alguien suspira hoy…” “Nací en primavera”, de Santiago Moreno, expresa: “Qué bueno es verte cada día más. Nací en la primavera del hombre singular…” “La primavera”, con La Mancha de Rolando, parafraseando a Pablo Neruda, cantaban: “Pueden usar sus armas contra mí.
Cortar todas las flores del jardín. Pero no detendrán la primavera…” Además, la pesimista “Primavera negra”, con todo el rock barrial de Los Caballeros de la Quema: “Primavera negra. Rumores de alcantarilla. Música de manos vacías”.
En España, con “Soldadito marinero”, Fito Cabrales, a través de los Fitipaldis confiesa: “Después de un invierno malo, una mala primavera. Dime por qué estás buscando una lágrima en la arena…” Y Kutxi Romero, desde Marea, mientras pide “dejadme que os cuente mi cuento de herida y caricias”, desolado exclama “¡A la mierda, primavera!”
En “Locura transitoria”, Robe Iniesta, con el soporte de Extremoduro, exhibe su desánimo: “Vuelve a llegar la primavera, y me molesta el sol. Alma que nunca se deshiela, y se queja del calor…” El mismo Robe, en “Tango suicida”, confiesa “Ya todo el año me hace daño, y me vuelvo a llevar a patadas con la primavera”. Y en “De manera urgente”, como solista, “…Creyó la primavera venir”, para seguir engañándose.
No toda alusión rockera a la primavera ha sido en castellano. Entre otros, Elvis Presley, en “Spring Fever”, ya cantaba que “La primavera llega para todos”. En la multívoca “Stairway to Heaven” la emblemática Led Zeppelin filosofa: “Es apenas una limpia primavera para la reina de mayo. Sí, hay dos senderos por los que podés ir, pero todavía hay mucho tiempo para elegir otro camino”. Con “Rite of Spring”, los punks Angels & Airwaves padecen eso de que “Los veranos se fueron, los años pasaron, mis amigos cantaron…” Los católicos irlandeses de U2, en “It’s a beautiful day” proponen, como salida para la humanidad, “mirar el mundo en verde y azul”.
A los argentinos los políticos nos dijeron, apenas comenzada la segunda mitad del siglo pasado, “hay que pasar el invierno”, como metáfora de austeridad en el gasto para poder arribar a una mejor estación. Y cada dos años, comenzada la primavera, obligados como nos obligan a votar, renacen las esperanzas de un mejor porvenir. Aunque nada parezca que se puede solucionar demasiado. Quizás porque en la esencia de todo (o casi todo) político está ese principio maquiavélico de engañar para gobernar. Ni más ni menos que eso. La zanahoria es el poder, auténtico norte que los guía. Y esta primavera, con las elecciones de medio término, nada será definitivo. Sólo el posicionamiento relativo de algunos espacios políticos que pueden ver incrementada su presencia en los diferentes palacios legislativos. Algo que como panorama medianamente estático dura tan sólo dos años. Todo, de cara a lo que será la pelea de fondo en 2019. Para ver si habrá plafón para otra década perdida, o para confirmar que cambiamos. O para ver si aparece una alternativa diferente. O, finalmente, si somos extremadamente escépticos, que todo está perdido. En las tres primeras posibilidades, ahí sí que el voto vale. Y que requiere pensar antes de sufragar.
En todo caso, cada estación forma parte de un ciclo que se repetirá sin fin mientras tengamos mundo. Y así como los orientales dicen que, a modo de requisito, para que los árboles florezcan en primavera, antes deberán reflexionar en invierno, la primavera anida, como condición, sólo en aquellos que estén dispuestos a recibirla. Aunque probablemente el inmenso Pablo Neruda tenía razón: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.