Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
A nivel filosófico encontraremos numerosas definiciones acerca de la verdad, según la piense cada corriente. Igual que con la mentira. Los rockers aportaron lo suyo. Pero los políticos, ni les cuento. Para un muestrario, baste con leer periódicos y portales.
En el “Gorgias”, Platón recuerda a Sócrates, dirigiéndose a su interlocutor (y antagonista) Calicles, diciéndole: “Es mejor que mi lira esté desafinada y que desentone de mí… y que muchos hombres no estén de acuerdo conmigo y me contradigan, antes de que yo, que no soy más que uno, esté en desacuerdo conmigo mismo y me contradiga”. Tal era el valor otorgado a la coherencia interior, esa que recomienda una misma línea entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se realiza. Coherencia generalmente ausente en la vida de los políticos.
Thomas Hobbes, en sus conclusiones de “Leviathan”, ya se había encargado de diferenciar entre un “razonar sólido”, basado en “principios de verdad”, y una “poderosa elocuencia”, sustentada en opiniones, siempre cambiantes e influenciables. Hannah Arendt, en su ensayo “Verdad y Política”, expresaba que nadie puso nunca a la veracidad entre las virtudes políticas. Y agregaba: “Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los políticos y los demagogos sino también para la del hombre de Estado”. Francamente desalentador.
Ya quedó claro que la actividad política, para lograr concreciones, depende de una base de sustentación que le posibilite una praxis concreta. Para ello requiere acceder al poder, y en democracia ello implica ser votado y elegido. Y para ganar una elección es indispensable seducir y convencer. No alcanza únicamente con exponer un ideario y un proyecto para ser atractivo. Se necesita apelar no sólo a la razón, sino también (fundamentalmente, quizás) a las emociones de los votantes. Algo que politólogos y asesores de campaña lo vienen advirtiendo desde hace varias temporadas. No por nada se vienen dando los resultados que conocemos. Y de tal modo, colocando todo en los bordes de la moralidad. Porque lo que se juega es la verdad en confrontación con la mentira y el engaño, a veces con forma de falacias u omisiones. Cuyo contexto discursivo desatará dilemas morales relacionados con la toma de decisión acerca de si está bien mentir o no. Cualquiera supondría que esta elección no debería plantear dudas, pero…
Se sabe que el rock, históricamente, siempre se ha destacado en tiempos de oposición y resistencia. Nunca un rock oficialista se ha caracterizado por su compromiso con la verdad. Huelgan los ejemplos de rockers ideológicamente comprometidos que al resignar sus banderas en aras de su propio comercio, al expresarse partidariamente, muy rápido perdieron credibilidad.
Es así, entonces, que entre naive e intuitivo, el rock, ese movimiento contracultural y rebelde que se expresa musicalmente, se permite atravesar este tema desde su perspectiva, incluyendo la existencia y la praxis política. Sería erróneo esperar del universo rockero desarrollos sistemáticos de cuestiones filosóficas de fondo. Su limitada extensión en palabras por canción lo obstaculizaría. No son tiempos de polisémicos poemas presocráticos. Conceptualizar requiere espacio. Pero sí son pertinentes lecturas gnoseológicas y epistemológicas de nociones o elementos fundados en concepciones reconocidas. Recordando la confrontación gnoseológica entre Realismo e Idealismo. Y que existe relación entre verdad y moralidad. Cuyo contexto desatará dilemas morales relacionados con la toma de decisión acerca de mentir o no.
Acerca de lo inefable y misterioso que puede tener una afirmación de algo de lo que bien puede desconocerse, ya había prescripto Wittgenstein que “De lo que no se puede hablar es preferible callar”. En esa dirección, “Mejor no hablar de ciertas cosas” escribía Indio Solari y popularizaba Luca Prodan. “No tengo nada que decir”, repite como un mantra Fito Cabrales. Y no dice más nada.
Seguramente, si es rock auténtico siempre estará buscando decir la verdad. En sus albores, Smith y los Pelirrojos grababan “Es pecado mentir”, iniciando un tratamiento temático perdurable, con gran despliegue en el rock nacional.
Charly García, con Sui Generis, ya hablaba del “Fabricante de mentiras”, canción de amor que con su primera estrofa hacía pensar en los políticos, sobre todo cuando decía: “Él era un fabricante de mentiras. Él tenía las historias de cartón. Su vida era una fábula de lata; sus ojos eran luces de neón. Y nunca tengas fe, que sus mentiras puedan traer dolor”. En “Credulidad” Luis Spinetta predicaba: “La risa no podrá surgir a menos que te subas al árbol. Bien, el árbol es la verdad”.
En “Cristo” Ricardo Soulé advertía: “Se cerrarán caminos por decir lo que es verdad”. Con “Jeremías pies de plomo”, desafiaba: “Ya no quiero estar amordazado. Ya es tiempo de hablar. Se acabaron las mentiras. ¡Esto no va más!” Y con “El cantar del juglar” definía su rol: “Y si creo en mi relato, seguro puedo estar que todo lo que diga será nomás que la verdad”. Litto Nebbia también tocó el tema con “Algo de verdad” y en “Un sueño no es una mentira”. Ricardo Iorio, con Hermética, se jugaba: “La muerte es ocultar la verdad”.
En “La verdad” Nito Mestre pensaba: “La verdad es que un día se cansó la verdad, de buscar su verdad sin hallarla, sin embargo al principio rodando pasó, sin que nadie pudiese salvarla…”. Quizás por ello Pedro Aznar cantaba “Mientes”. Alejandro Lerner escribía: “Con muchas palabras es más fácil disfrazar lo que se siente. Miedo a la verdad. Miedo a la muerte”.
Para los Divididos, en esta cultura relativista y escéptica, en el que la mentira es la verdad, y el bien y el mal definen por penal, interrogan: “¿Qué ves cuando me ves?”
Con intenciones diversas aparecen “Mi verdad” (Maná), “Verdad – mentira” (La Potoca), “La verdad de la mentira” (Renacer), “Mil mentiras y una verdad” (Ariel Rot), y “Todos mienten” (Flema). Y los de Turf confiesan esa tendencia a la negación: “Debo haber estado dando pasos al costado, paralizado por el miedo de saber la verdad”. Sea en el amor, o, claro, para decodificar la realidad, distorsionada por intencionados relatos políticos.
Robe Iniesta, con “Tango suicida”: “Dijiste que nunca mintiera. Que siempre diga la verdad, aunque duela…” La Ley grababa “Mentira”. Con “Flores de color de la mentira”, Café Tacuba expresaba: “Ya no quiero sembrar y sólo cosechar flores del color de la mentira”. Con la pesimista “Mentira”, Manu Chao definía: “Mentira la mentira, mentira la verdad, mentira lo que dice, mentira lo que da, mentira lo que hace, mentira no se borra, mentira no se olvida, mentira nunca se va… Todo es mentira en este mundo, todo es mentira, la verdad”.
En “El final es en donde partí” La Renga advierte: “Cuánta verdad, cuánta mentira y cuántas palabras, y todo este motor para devastar tu inconsciente”. Guasones reconocen: “La verdad la aprendí de mentir sólo por vos”. Las Pelotas contaban su confusión: “¿Cuál es tu verdad?” Baglietto retaba: “la verdad es buen veneno pa’ las tripas”. Sobre todo cuando vas tratando de crecer.
Siempre es oportuno recordar a Bob Dylan, el Premio Nobel del rock, quien parece haber escrito un tratado filosófico sobre el tema en apenas un puñado de canciones, como “When he returns”, “Forever Young” y “Things have changed”, explicando que para ser eternamente jóvenes (si fuese posible): “Debes crecer para ser honesto, sabiendo siempre la verdad”. Y dejando su definición: “La verdad es una flecha, y es angosto el pasillo que atraviesa”. Y en un interminable año electoral, los políticos parecen bastante renuentes a que aparezca. Por lo menos procediendo de ellos mismos. Quizás porque Moris Birabent reconocía que “Todas las trampas tienen su verdad”. Y con esa punta de superficial veracidad, ese es el recurso del que se abusan. Quizás de ahí provengan tanto descreimiento y escepticismo por parte de un electorado que muchas veces descubre el engaño cuando ya es demasiado tarde. Afortunadamente, algunos se vienen dando cuenta. Aunque otros, tal vez, elijan, como proclamaba Fito Páez, con apariencia de despojado: “Odio tener que pensar. Preferiría tu sonrisa a toda la verdad”. ¡Qué romántico, este Fito! Sí, el mismo al que gran parte de los ciudadanos porteños le daban asco por votar una opción diferente a la suya, prefiere vivir engañado. O, lo que sería más probable, engañar a los demás. Si fuera así, más que rocker, un político.