Ha llegado a la ciudad de Rosario la denominada Escuela Pública Itinerante para pasar cinco jornadas entre nosotros, luego de un itinerario recorrido por el interior del país que previamente incluyó a Santa Fe. Por ello conviene hacer algunas aclaraciones y realizar necesarias reflexiones, habida cuenta de que es un tema que se vincula directamente con la cuestión educativa, de la que no todos parecen estar en condiciones de debatir.
Es justo señalar que esta Escuela Itinerante, tal como se la divulga habitualmente, nació de una iniciativa de la cúpula sindical de Ctera (nunca se consultó a sus afiliados) de instalar una carpa frente al Congreso de la Nación, como expresión de protesta reclamando el cumplimiento de la ley de paritaria nacional y una discusión por una nueva ley de financiamiento educativo, y que tuviera un conflictivo comienzo toda vez que al momento de su instalación, al no contar con la autorización correspondiente, desató una represión policial excesiva.
De más está decir que esta manifestación tiene evidentes intenciones políticas. ¿Ello está mal? Obviamente que no. La actividad política siempre es saludable. Ya sabemos, además, que, básicamente, cualquier asociación gremial debería tender a defender los derechos de sus trabajadores, a ofrecerles beneficios sociales y a procurarles nuevas conquistas laborales, sentando firme posición sobre esto, y que ello se enmarca en imprescindibles lineamientos políticos que posibiliten su concreción. Pero es allí cuando comienzan las confusiones y sus oportunistas manipulaciones. Es decir, cuando se pasa de lo político a lo decididamente partidario, como es reconocible, toda vez que se aprecia cómo se subordina la auténtica lucha sindical al objetivo electoralista del anticuado aparato gremial kirchnerista. Y siguiendo con este hilo de pensamiento, ya que puede coincidirse acerca de cuáles serían las funciones que se esperan de cada gremio, ¿podría decirse que así las cumplen los sindicatos docentes, por lo menos en la provincia de Santa Fe? Claramente que no. El listado sería extenso, y tal vez no sea el punto central de este razonamiento, que se desencadena a partir de la instalación temporaria en Rosario de la Escuela Itinerante. Pero pensemos, por ejemplo, cómo se ocupan preferencialmente, en cada negociación salarial, sólo de los ingresantes a la actividad, sin experiencia ni antigüedad (que son ventajosa mayoría), desamparando a todos aquellos que ven cómo trayectorias y escalas se diluyen, haciendo pensar en la inconveniencia de seguir siendo representados por estos dirigentes a medida que se avanza en la carrera docente. Ni hablar de algunos detalles indefendibles acerca de cómo abordan el tema de sus jubilados, dejándolos en cierto abandono y desamparo. Ni de cómo la misma dirigente que a cargo de Ctera pretende mostrar un perfil combativo, al frente de Amsafé provincial se somete con cierta docilidad a las decisiones del gobierno socialista. Podríamos seguir enumerando incongruencias, pero las podemos retomar en otra ocasión.
Volviendo a lo de la Escuela Itinerante, la misma se presenta, como puede apreciarse con facilidad en su frontispicio, con un visible y reprochable lema: “Escuela Pública Argentina. Enseña. Resiste. Sueña”. Y ese el mensaje que se pretende dar. Un absurdo total en tiempos de democracia. Ya dejamos claro que el término “resistencia”, en el contexto político, tiene mucha historia y una gran carga conceptual. Se aplica a la actitud y acciones concretas que emprenden determinados grupos ante potencias invasoras o regímenes dictatoriales. En el caso de los gobiernos democráticos, la categoría correcta para los que confrontan con el establishment vigente en ejercicio del poder constitucional es la de “oposición”. Podemos hablar de resistencia en la Venezuela de los últimos años, o en la Francia ocupada de la Segunda Guerra, o en la Argentina del Proceso militar. Nunca, aquí, en estos tiempos de marcada libertad y consolidada democracia, justificados tan sólo por formar parte de la minoría que no eligió al actual gobierno. Y que resistencia era lo que llevaban adelante el Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, y no Yaski o Baradel, apenas dos ejemplos autóctonos procedentes de un gremialismo que no hace resistencia sino partidismo electoralista. Y que se calló durante una década, teniendo como emblema a esa desagradable imagen que daba Antonio Caló, el metalúrgico que liderara la CGT kirchnerista y que todos veían como un dócil aplaudidor del gobierno en los actos oficiales de Cristina Elisabet Fernández.
Otra vez: habría que ponerle un límite a tanto mal uso del término “resistencia”. No hay tal cuestión. Es, nada más ni nada menos, que una oposición marcadamente partidista procedente de los nostálgicos de un populismo reciente que casi hizo pedazos a este país, con dirigentes y ex funcionarios que desfilan con frecuencia por los tribunales procesados por causas de una corrupción de tintes escandalosos.
La galería de entidades y personajes que dieron su aval a la Escuela Itinerante es por demás de interesante, toda vez que sus acciones recientes los desacreditan, como Adolfo Pérez Esquivel, el mismo que días atrás defendió con fervor, aquí mismo en Rosario, al régimen dictatorial de Nicolás Maduro en Venezuela. Asimismo, no faltó la inefable Hebe de Bonafini aprovechando la ocasión para afirmar que “Las escuelas privadas son para crear tontos”, algo que ciertamente podría demostrarse como inconsistente y falaz, aunque muchos estemos decididamente a favor de la educación pública.
Todavía se recuerda, aunque no lo hacen todos (o no quieren), cuando la viuda de Kirchner, en su discurso del 2012 ante la Asamblea Legislativa, fustigó al sector docente por una negociación paritaria empantanada, disparando el enojo de la expresidente, haciéndole afirmar que sólo trabajaban cuatro horas diarias y que tenían tres meses de vacaciones, y que lo único que les importaba era el salario y nunca el hecho educativo. Vagos, materialistas, insensibles. Todo eso les dijo. ¿Reacciones? Silencio, cabezas bajas y renovadas claques de aplaudidores partidarios. Sin embargo, semanas atrás, en el medio del inacabable conflicto que tienen los docentes con la gobernadora bonaerense Vidal, Cristina Fernández salió a defenderlos. ¿Incoherencia? ¿Memoria frágil? ¿Perversión política? Vaya uno a saber.
Por el Derecho Romano sabemos que en tiempos del Imperio la infamia era la “degradación del honor civil”, consistente en el descrédito en que caía aquel ciudadano que vería alterado su status frente a la sociedad luego de haber incurrido en la misma. Que podía ser de derecho: luego de ser juzgado por acción dolosa o fraude. O de hecho: cuando se atentaba contra la moral vigente y el orden público. En ambos casos, el ciudadano era calificado de infame, perdiendo así la estima general. Por extensión, es una infamia cuando se acusa a alguien o a algo de ser lo que no es, buscando su desprestigio, sabiendo de antemano de que lo que se afirma es mentira, falacia o distorsión. Y de eso se trata cuando se reitera que la Escuela Itinerante resiste.
No resisten. Son opositores, y en su oposición pretenden instrumentar a todo un sector trabajador que legítimamente puede estar insatisfecho con la política educativa y salarial que lleva adelante el actual gobierno nacional. Pero nunca al punto de demandar “resistencia”. Insistir con ello hasta suena a fantasía golpista e intencionalidad destituyente. ¿Ese es, diríamos, el mensaje que quieren transmitir los docentes a sus alumnos y a toda la sociedad con esta Escuela Itinerante?
Que también enseña y sueña, dicen. Enseña mal, entonces. Y tiene sueños sospechosos. De antidemocráticos.
Mounier creía que la educación es despertar personas. Paulo Freire afirmaba que la educación es un instrumento vital para la liberación del pueblo y la transformación de la sociedad, a través de la praxis de quienes son, simultáneamente, educadores y educandos. Vigotsky, que el docente debe, como mediador, propiciar la creación de zonas de desarrollo próximo, facilitando así un aprendizaje activo. Oscar Wilde, transgresor como pocos, quizás con acierto pensaba que “nada que valga la pena saber, puede ser enseñado”. Y Charly García, en Serú Girán, ya sabía, con “Desarma y sangra”, que “no existe una escuela que enseñe a vivir…” Educar, debiera ser, simplemente, enseñar cómo tratar de ser feliz. Sólo se trata de “despertar a un mundo dormido…” Y todos estos entusiastas maestros seguidores de esta Escuela Pública Itinerante, ¿así piensan seguir educando? ¿Esto es lo que enseñan?
Sí. Que se afirme que la Escuela resiste en tiempos de democracia es toda una infamia.
Por Ernesto Edwards
Filósofo y Periodista
@FILOROCKER