En los últimos 50 años, el uso de herbicidas fue el enfoque más utilizado para controlar las malezas en la Argentina. Su eficacia, renovada por el constante lanzamiento de nuevos insumos, instaló en el imaginario agropecuario que era posible y necesario erradicar estas especies, perjudiciales para el desarrollo de los cultivos en altos niveles de población. Los investigadores remarcan que este tipo de esquemas consolida un modelo productivo de corto plazo, con escasas rotaciones y una alta dependencia a insumos externos.
La certeza de que las malezas son un efecto de la acción, pone de relieve la importancia de transformar las prácticas agronómicas. En este sentido, los expertos destacan la aplicación de los principios del Manejo Integrado de Malezas (MIM) que permiten producir y, al mismo tiempo, asegurar la sustentabilidad del agroecosistema.
A futuro, científicos del INTA y de otras entidades señalan el potencial del mejoramiento genético y de la biotecnología para lograr algunos avances en el control de malezas. No obstante, reconocen que estas investigaciones se encuentran en una instancia incipiente y resaltan la intervención del sector público como impulsor del conocimiento.
Mario Vigna, especialista del INTA Bordenave -Buenos Aires-, define maleza como “cualquier planta que interfiere con los propósitos del hombre en un determinado lugar y tiempo, ya sea en un cultivo o en una etapa de este”.
No obstante, el investigador advirtió sobre la necesidad de revisar las prácticas agronómicas a la hora de intervenir en esta problemática. “Es necesario tomar en cuenta que la presencia de una maleza en el lote es una respuesta a lo que hacemos”, aseguró Vigna.
Martín Vila Aiub, del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas con la Agricultura (IFEVA) que depende del CONICET y de la FAUBA, explicó que además de reducir el rinde de un cultivo, “las malezas causan problemas de contaminación en la calidad de la semilla que perjudica la calidad del grano”.
De acuerdo con los expertos, la evolución de las malezas surge de un proceso continuo que se debe a diferentes factores. De este modo, puede estar incentivado por la selección de biotipos que se adaptan a las modificaciones del hombre; por la aparición de nuevas formas o biotipos dentro de la población ya existente; por hibridación; por la transformación de especies cultivadas en malezas o por la introducción de poblaciones de otras regiones.
Según Vigna, de estos procesos surgen las “malezas de difícil control” o “malezas emergentes”, un problema que crece sostenida y aceleradamente en la Argentina, favorecido por el uso rutinario y repetido de las mismas herramientas de control. Y agregó: “Dentro de esta categoría se distinguen las ‘malezas tolerantes y resistentes’ a herbicidas y, a pesar de que ellas tienen origen diferente, comúnmente se las considerada como equivalentes”.
Manejo integral del sistema
En los últimos 50 años, los herbicidas fueron la herramienta más utilizada para el control de malezas en sistemas agrícolas extensivos, con escasas rotaciones y alta dependencia a un número reducido de insumos. Su desarrollo y uso fuera de un marco ecológico quedó circunscrito a un enfoque de corto plazo que considera sólo la eliminación de la competencia.
Uno de los principales aspectos asociados a este problema, según Juan Carlos Papa -investigador del INTA Oliveros, Santa Fe-, se relaciona con el régimen de tenencia de la tierra, “con los arrendamientos de los campos, que operan en una escala temporal que abarca el ciclo de un cultivo (6 a 8 meses) y en la escala espacial limitada al lote en arrendamiento”.
Según Elba de La Fuente, docente de FAUBA y presidente de la Asociación Argentina de Ciencias de la Maleza (ASACIM) y de la Asociación Latinoamericana de Malezas (ALAM), esta problemática se traduce en una “simplificación y homogeneización del agroecosistema”.
Por su parte, Papa indicó que “la elección de estrategias de reducción o de erradicación de malezas, en lugar de estrategias de prevención y contención, se vio favorecida por factores tecnológicos, como la alta eficacia de los principios activos y la tecnología de aplicación, y por factores económicos y socio-culturales, como la disminución de los costos relativos, la escala productiva y los actores involucrados en el proceso de producción”.
Entonces, para Vila Aiub, el desafío consiste en pensar que “el control de malezas no pasa únicamente por soluciones químicas ya que, tarde o temprano, la resistencia se generará a todos los herbicidas”.
Así, la aplicación de los principios del Manejo Integrado de Malezas (MIM), según los investigadores, se posiciona como la única manera efectiva de contribuir a la sustentabilidad del agroecosistema.
En esa línea, Vigna descarta el manejo basado solamente en herbicidas y enumera otras alternativas que pueden tenerse en cuenta, al margen de las nuevas tecnologías apoyadas en eventos biotecnológicos. “Existen varias herramientas que evitan, minimizan u optimizan el empleo de herbicidas como, por ejemplo, la rotación o secuencias de cultivos, el cambio de las fechas de siembra, la adopción de cultivares competitivos, la arquitectura de cultivo y el uso de cultivos de cobertura y de modelos predictivos de emergencia de malezas”, apuntó.
Por su parte, Vila Aiub afirma que el manejo integrado es la única opción a largo plazo, ya que difícilmente aparezcan nuevos principios activos en el mercado. “El desarrollo de herbicidas por parte de las compañías es un proceso muy costoso y lleva mucho tiempo”, expresó.(Inta)