En Argentina, la concepción falaz del Estado todopoderoso había logrado imponerse no sólo como una ideología económica, sino también filosófica-cultural: cómoda de aceptar para muchos, beneficiosa para algunos, pero traumática para otros muchos.
Como toda fábula, no es sostenible en el tiempo y el hartazgo se encargó del resto. La sociedad argentina, o al menos un 57% de ella, entendió que había que sincerar el relato para encaminarse a recobrar la libertad de empresa, de asociación, de comercio, de expresión, de producción, de caminar en paz por la vía pública, entre otras. Algunas de ellas habían quedado apartadas; otras, sepultadas.
Hoy, la libertad ha ganado para comenzar a dejar atrás una “esclavitud” o dependencia extrema de un Estado que obligaba a pedir permiso para importar un tornillo, que perseguía a quien cambiaba moneda o que inspeccionaba góndolas. “Nosotros empezamos hace un año y medio a identificar la maleza del sistema legal. Ese desmalezamiento es la tarea que venimos haciendo”, afirmó Federico Sturzenegger en la Cena de Fin de Año de
Fundación Libertad.
Esta premisa, sumada a la firmeza de la ministra Patricia Bullrich, que dijo “vamos a sacar a los narcos a patadas de Rosario” y anunció el “Plan Bandera” en nuestra ciudad para tra-
bajar en sinergia con la Provincia contra el delito, marcan un cambio de paradigma en la política argentina, que, para tener éxito, deberá ser complementado, necesariamente, por el postulado de Walter Castro en el cierre de la Cena mencionada: “Yo brindo por la libertad que avanza y, ojalá, por que la responsabilidad avance. La de cada uno de nosotros”.