Hacerse cargo del presente y también del futuro

Es indudable que al analizar la gravedad de la situación actual, la dirigencia tiene enormes responsabilidades. Ellos nunca podrán desligarse de lo que deben asumir como su misión central. La sociedad debería hacer lo propio, admitiendo su gigantesca gravitación.

Es habitual escuchar a muchos ciudadanos hablar en forma muy despectiva acerca del accionar de los políticos tradicionales. El cansancio social se manifiesta a diario cuando la vehemencia de los comentarios negativos se incrementa sin respiro.

No hay dudas de que la inmensa mayoría de esas opiniones se ajustan a la más absoluta realidad. Es que no habría motivos suficientes para ser demasiado piadosos a la hora de moderar las críticas.

Sin embargo, se pueden identificar algunas aristas de esta dinámica que a veces son intencionalmente soslayadas, especialmente las vinculadas con la participación cívica y sus innegables implicaciones directas sobre la coyuntura.

En la conversación cotidiana son pocos los que admiten haber apoyado a los malos gobernantes de todas las etapas. Se hacen los distraídos, desconociendo aquel voto para evitar tener que aportar argumentos invariablemente débiles y la eventual vergüenza que esa secuencia de errores sistemáticos ha traído consigo.

Es que si no se aceptan los desaciertos propios no se abre la posibilidad del aprendizaje. Las equivocaciones son ingredientes de la vida y no hay que esconderlas, sino más bien intentar considerar integralmente los contextos de cada temporada para no volver a repetirlas bajo idénticas condiciones.

Si el negacionismo sobre el sufragio propio gana la pulseada no hay chances de corregir conductas o mejorar los criterios para dirimir rumbos tan trascendentes como las que se derivan de los comicios y sus consecuencias inevitables. Hay que recordar que la gente ha sido cómplice de todo este trayecto. A veces por acción directa dando soporte popular a delincuentes e ineptos, aunque hoy miren para otro lado como si no hubieran tenido nada que ver con lo sucedido. Otras veces por omisión, siendo muy condescendientes con los despropósitos y dejando pasar hechos inadmisibles.

Lo que ha pasado hasta aquí, los espantosos resultados obtenidos en la práctica, la inflación y la caída del salario real, la corrupción y la falta de institucionalidad, el clientelismo y el fraude, el Estado sobredimensionado y el autoritarismo eterno, también tiene vínculo con lo que la comunidad ha hecho en cada hito.

Los líderes tienen el mayor peso en esos desmadres, pero los habitantes de este territorio no deberían mirar para el costado como si esto se tratara de una película de ciencia ficción o de un incidente que acontece en otras latitudes.

El nefasto presente tiene múltiples explicaciones. Hay culpables con diferentes niveles de involucramiento, pero todos ellos fueron partícipes necesarios para arribar a este patético cóctel con el que hoy se está lidiando dramáticamente. Si alguien se quita méritos en esto seguramente estará observando todo con un prisma exageradamente sesgado, excesivamente benevolente con su rol y eso no ayuda a abordar el porvenir con otra impronta, esa que se torna imprescindible para poder dar vuelta la página. Se sufre en carne propia lo que se vive ahora mismo, por la interminable grilla de yerros del pasado. El futuro se construirá con mayores expectativas según como se terminen comportando los actores de hoy en este momento histórico tan particular.

No hay certeza alguna como en la vida misma. No hay fórmula para el éxito ni se alcanzarán las metas sin tomar riesgos. No existe un camino sin escollos ni tampoco un sendero repleto de bondades. Lo que viene será probablemente muy difícil en casi cualquier escenario. Lo importante es entender que mecánica de participación se puede tener en ese esquema plagado de angustias y dudas. Ser protagonista no es una verdadera opción sino un deber completamente ineludible.

Dejar en manos de otros las resoluciones más relevantes no exculpa a nadie ya que de todos modos el impacto de lo que vendrá será inexorable y no se podrá esquivar siquiera las esquirlas de ese próximo episodio.

Arrepentirse tendrá muy poco valor si todo sale mal, lo que además es altamente posible, sobre todo teniendo en cuenta los niveles de fragilidad estructural y la interminable lista de complejos problemas a resolver.

En todo caso quizás convenga, aún sin demasiada convicción, inclinarse por alguna alternativa. Hacerlo puede ser temerario, pero tal vez el costo a pagar por delegar esa determinación sea aún peor.

Es tiempo de hacerse cargo de todo lo ocurrido hasta aquí. Eso no fue producto de la casualidad o de la mala fortuna. Lo que se avecina también tendrá que ver con la disposición para encarar cada paso de este intrincado recorrido. La segunda vuelta se constituirá en una bisagra. Ese desenlace no será inocuo y “el pueblo” como entidad dará su veredicto de un modo inapelable.

Sin importar qué decisión se tome, sería muy saludable comprender que los hechos se conectan de un modo inequívoco y que luego no habrá excusa que justifique la postura seleccionada. Cualquiera sea el resultado hay que hacerse cargo de la actitud propia con la dignidad que la circunstancia requiere.

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