El pasado 3 de julio, en una jornada sobre bioeconomía, organizada por el Diálogo Argentino Alemán sobre Innovaciones Agropecuarias Sustentables (DAAIAS) y el Diálogo Germano-Brasileño sobre Políticas Agrícolas, se llevó a cabo el Panel “Investigación e innovación en bioinsumos: entre las expectativas y la realidad”. Con la moderación de Marnix Doorn, Líder del equipo del DAAIAS, y dividido en dos paneles específicos sobre “Bioestimulantes” y “Biopesticidas”; profesionales de Brasil, Alemania y Argentina dieron a conocer los beneficios, problemáticas y desafíos que enfrentan estos productos biológicos.
Para que estos bioinsumos se conviertan en una tecnología clave en la transición hacia una bioeconomía sustentable, los especialistas coincidieron que los marcos regulatorios para el registro de nuevos productos, la transferencia de conocimiento al productor, la vinculación público-privada y la especificidad de los productos desarrollados; son los principales retos a abordar por todo el ecosistema agropecuario.
Panel Bioestimulantes
“En 2018 el mercado mundial de los bioestimulantes fue de 2.500 millones de dólares y se estima que para 2025 alcance los 5.000 millones de dólares, duplicando el volumen en apenas 7 años”, afirmó Doorn durante su introducción al panel, al tiempo que aseguró: “Queda claro que la demanda del segmento está, pero si pensamos en las metas Farm to Fork (Granja a la Mesa) de la Comisión Europea hacia 2030, esta transformación biológica aún debe enfrentar muchos desafíos”.
En primer lugar, el Dr. Marco Nogueira, Investigador Principal de soja de la Corporación Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), brindó un panorama completo sobre la situación de los bioestimulantes en Brasil.
“El caso más exitoso de bioinsumos en Brasil es la inoculación de la soja con Bradyrhizobium spp., que se utiliza para la fijación de nitrógeno y tiene una alta correlación con los rindes en la producción”, explicó Nogueira.
“En las últimas tres campañas la adopción de esta tecnología alcanzó el 80% del sistema de producción de soja en el país; pero además, en el ciclo productivo 2019/2020 donde se sembraron 35,9 millones de hectáreas de soja, el tratamiento de este bioestimulante generó un ahorro para los productores de 15.200 millones de dólares en fertilizantes nitrogenados y evitamos emitir 183 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2)”, amplió el investigador de Embrapa.
Según el especialista, Brasil ya está trabajando en bioestimulantes para maíz, “que es una gran deuda que hoy en día tienen los investigadores y las empresas”, haciendo referencia a la alta demanda de nitrógeno que tiene el cereal comparado a la oleaginosa.
“En maíz venimos trabajando con el Azospirillum y en los últimos años tuvimos ganancias importantes de rindes, con mayor concentración de nitrógeno en granos que se tradujo en mayor proteína. Toda esta mejora en el sistema radicular es un ahorro para los productores de 15,3 dólares por hectárea promedio”, analizó Nogueira.
Por último, el brasileño señaló que en el Estado de Paraná prácticamente no existía el uso de bioestimulantes y que durante la última campaña se logró alcanzar un 26% de adopción. “Con las pasturas pasa algo similar. Hace cinco años no se utilizaban y hoy ya significan el 12% del mercado”, finalizó y confirmó que ya se están desarrollando y mejorando en Brasil inoculantes de fósforo.
Sobre la actualidad argentina en materia de bioestimulantes, la Dra. Sofia Chulze, Directora del Instituto de Investigación en Micología y Micotoxicología (IMICO) CONICET-UNRC, afirmó que “la Argentina, desde el punto de vista de este nuevo paradigma biológico, está avanzando en la dirección correcta con el desarrollo de bioinsumos”.
“La mayor parte del trabajo se hace en el área de bioestimulantes, especialmente, rizobacterias que promueven el crecimiento, pero si consideramos la definición de bioestimulantes, sabemos que hay muchísimos microorganismos que se pueden utilizar para desarrollar nuevos productos”, aseguró la investigadora argentina.
Chulze subrayó que cuando se habla de bioestimulantes es necesario medir su impacto sobre la producción de los cultivos y el suelo, “especialmente la fertilidad del suelo y los componentes que hacen a dicha fertilidad. Debemos tener en cuenta la biodiversidad del suelo, su composición química y también su estructura física”.
Según argumentó, “los bioestimulantes podrían ayudar a mantener las características de la fertilidad del suelo y esto es un gran desafío, pero debemos trabajar más en la investigación porque no podemos utilizar un mismo bioestimulante para todos los cultivos, en todas las áreas. Debe existir una relación entre el medio ambiente, el cultivo y la eficiencia del bioestimulante que estamos utilizando”.
Para finalizar el panel de Bioestimulantes y, representando las necesidades que tiene el sector privado para desarrollar nuevos productos y acercarse al productor con soluciones, el cordobés Dr. Sergio Bonansea, Director de Ceres Demeter S.A., coincidió con Chulze en que “hace falta más investigación básica para dar un buen fundamento y sustento técnico sobre estos diferentes e intrincados mecanismos que tienen los microorganismos con el entorno y con la planta”.
Tras valorar el desarrollo que hacen los científicos argentinos del ámbito público y, aclarando que “casi ninguna empresa podría afrontar desarrollos de este tipo a largo plazo”, Bonansea afirmó que “muchas veces a los privados tenemos como objetivo encontrar un efecto deseado y claro para transmitirle al productor los beneficios, no solo ambientales por el uso de bioinsumos, sino también productivo”.
Y finalizó: “En Argentina, vemos que, si bien se viene adoptando la tecnología de bioinsumos, está un poco más atrasada. A veces es necesario demostrarle a los productores, que realmente este cambio de pensar la agricultura con nuevos organismos, con nuevas formas de cultivar, es mucho más sustentable y rentable”.