Por Alberto Medina Méndez – Periodista. Consultor en Estrategia y Comunicación Corporativa . Analista Político . Conferencista Internacional
amedinamendez@gmail.com – @amedinamendez
Siempre se afirma que quien tiene la tarea de conducir un proceso debe estar repleto de virtudes. Si bien eso parece una obviedad, no menos cierto es que cuando las circunstancias a administrar revisten niveles de sofisticación mayor, ese menú de talentos es mucho más exigente.
Lo que está sucediendo en este momento es quizás la culminación de un devenir que se ha encargado de acumular por décadas problemas estructurales. Nadie sabe si se trata del peor instante de esta secuencia o si esta novela delirante tiene previsto capítulos aún más dramáticos.
Indudablemente todo viene mutando a un ritmo acelerado y se sigue transformando cotidianamente, inclusive a pesar de que muchos se resisten estoicamente a este movimiento que no encuentra límite hasta ahora.
Afortunadamente cada vez más la realidad impone su lógica y se ocupa de poner las cosas en su lugar. Muchos de los que afirmaban que no cederían ante la modernidad han claudicado, a veces en silencio, y pese a no entender a fondo lo que está pasando, han decidido avanzar con aquello que la evidencia les demuestra que funciona correctamente. En esa línea, la tecnología aporta herramientas fabulosas que enriquecen los procesos y hacen más fácil lo difícil, pero para articularlo hace falta primero una visión integral y luego una comprensión abarcadora acerca del rumbo general hacia el cual todo parece encaminarse.
Un aspecto central de este esquema es que los actores domésticos ya no solo compiten contra sus vecinos del barrio, de su ciudad o región. Es que las distancias se han acortado repentinamente e internet hace su parte convirtiendo a casi todo aquello que se percibía como lejano en providencialmente disponible.
No importa si lo que se está intentando es vender o comprar, aprender o enseñar, conocer o mostrar. La posibilidad de adherirse a lo que fuere se ha abreviado y es relevante tomar conciencia de ese fenómeno sino se quiere perder perspectiva y fundamentalmente si se pretende evitar la extinción o por lo menos minimizar el daño colateral de no asumirlo a tiempo.
Ya no se puede ofrecer productos o servicios con exclusividad en la zona de influencia. Cualquier plataforma puede llegar a los clientes con la misma eficacia que los lugareños, inclusive ostentando precios más baratos o una variedad de alternativas imposible de replicar.
Tal vez esta modalidad se percibe con algo más de claridad. Después de todo, como usuarios la mayoría ha experimentado una transacción virtual y saben de los beneficios, y también de las complicaciones, que esa operatoria trae consigo. No siempre es una solución óptima, pero en un montón de ocasiones permite lograr el objetivo con ventajas insuperables.
Lo que se ve de un modo más difuso o inclusive no se alcanza a conectar adecuadamente es la inmensa cantidad de individuos que viviendo en una localidad, inclusive alejada de los grandes centros urbanos, puede generar ingresos fuera de su hábitat natural, circunstancia absolutamente novedosa y disruptiva para casi cualquier institución.
No sólo es el caso de quienes deciden emprender en los múltiples negocios que hoy se pueden concretar sin compartir una reunión personal, sino también es el presente de aquellos otros que son contratados por organizaciones fuera de la provincia o de la nación y que trabajan desde la comodidad de su hogar.
Ese nuevo contexto puede resultar muy alentador para aquellos que consiguen oportunidades impensadas y que se les abren puertas al progreso que son bienvenidas en épocas tan complicadas como las actuales.
Lo que no es tan sencillo de registrar es el enorme dilema que eso implica para las empresas y también para los gobiernos. No solamente les resultará complicado a esas organizaciones brindar buenos salarios para ponerse a la altura de los foráneos, sino que también los convoca al gigantesco reto de plantear condiciones laborales atractivas en ese escenario.
Alguien dirá que esto es muy coyuntural y está vinculado a la permanente depreciación de la moneda nacional o que es una práctica marginal de escaso volumen ya que son muy pocos los que pueden tener esa chance.
Habrá que decir que ya no se trata de un número insignificante de sujetos que iniciaron ese recorrido. Tampoco cabe afirmar que el ciclo llegó a su techo. Muy por el contrario, la tendencia es creciente y hasta contagiosa.
Los mejores, los más preparados, los audaces y creativos están transitando esas vivencias en forma entusiasta. No sólo están ganando buen dinero en términos relativos, sino que contemplan atónitos un abanico de fascinantes opciones que no están a la mano en estas latitudes.
El planeta está cambiando. Negarlo es una pésima idea. La velocidad con la que esas controversiales reglas de juego atraviesan a los países es superlativa y por lo tanto más vale que todos se pongan a pensar rápidamente cómo afrontar esta dinámica que llegó para quedarse y no como una mera transición.
Subestimar lo que está sucediendo no ayudará para nada a abordar esta situación tan singular. Lo que corresponde es tomarse en serio el asunto y preparar estrategias hoy mismo para contrarrestar activamente esa inercia.
No es combatiendo negativamente que eso se eludirá, sino mejorando lo propio. Es hora de repensar la oferta no sólo con remuneraciones tentadoras. La flexibilidad, la adaptación, el horizonte y por sobre todas las cosas la épica de un proyecto es lo que marcará la diferencia.
Quizás sea un buen momento para no hacerse el distraído, observar con más detenimiento el entorno, para que los más talentosos no se vayan empujados por la inacción y empezar a construir un espacio seductor, capaz de no sólo retener a los buenos valores sino también para atraer a aquellos que puedan enamorarse de los más interesantes desafíos.