Declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Año Internacional de los Suelos es una iniciativa que invita a repensar el modelo de intensificación productiva para valorar las funciones cumplidas por esta delgada capa de la superficie terrestre. En este sentido, Roberto Casas, director del Centro para la Promoción de la Conservación del Suelo y del Agua (PROSA), señaló que “la erosión pone en peligro la sustentabilidad de la agricultura”, y aseguró que “su conservación es esencial para la seguridad alimentaria de los próximos años”.
Estimaciones de la FAO indican que cerca del 50 % de los suelos de América Latina y el Caribe sufre deficiencias de nutrientes y la degradación afecta hasta la mitad del territorio de algunos países por la mala gestión y uso de los recursos naturales.
Los suelos cumplen un rol fundamental para el desarrollo de la vida sobre la tierra debido a que básicamente son proveedores de alimentos. “En los próximos años, uno de los desafíos que deberá afrontar la humanidad será el de incrementar la productividad agropecuaria”, señaló Casas quien advirtió: “para esto, debemos prestar especial atención a los crecientes problemas de degradación y contaminación de los suelos y el agua”.
En este sentido, un estudio coordinado por el PROSA, con la participación del INTA, determinó que el 37,5 % de los suelos de la Argentina está afectado por erosión hídrica y eólica, lo que representa unas 105 millones de hectáreas. El relevamiento, que incluye a todas las provincias, indica que desde mediados del siglo pasado, la erosión creció de manera constante.
“Si bien, lo deseable es que no aumente la superficie afectada por erosión, aún estamos a tiempo de actuar para que estos procesos no pasen a grados superiores, con mayores pérdidas, afectando de manera irreversible la capacidad productiva de nuestros suelos”, afirmó Casas.
Para Casas, la estrategia del país debe ser trabajar en el desarrollo de una agricultura de alta producción y sustentable. “Rotaciones adecuadas, cobertura de residuos vegetales y adopción de sistemas de labranzas conservacionistas como la siembra directa (SD), son prácticas que reducen a un mínimo las pérdidas por erosión hídrica y eólica”, expresó.
Julia Capurro, especialista del INTA Cañada de Gómez –Santa Fe–, explicó que la disminución de la superficie sembrada con gramíneas en gran parte del área pampeana húmeda originó cambios importantes en los suelos.
De acuerdo con datos del Ministerio de Agricultura, durante la campaña 2013/14 sólo el 22 % de la superficie agrícola del sur santafesino se implantó con trigo, maíz y sorgo granífero, mientras que el 78 % se destinó a soja de primera. “Este porcentaje de ocupación con soja de primera implica que, gran parte del año, los suelos permanecen sin cobertura vegetal”, señaló Capurro.
Los rastrojos de soja se descomponen más rápido que los residuos de gramíneas, por lo que cuando llegan las lluvias de primavera, el impacto de la gota es directo sobre el suelo: “Este es el momento en el que comienzan los procesos más intensos de erosión hídrica, que se prolongan durante todo el verano”, explicó la técnica del INTA.
Así, la lluvia arrastra los sedimentos de los lotes agrícolas que son esenciales para el desarrollo de los cultivos. “Se pierden nutrientes que se reponen parcialmente con la aplicación de fertilizantes”, agregó Capurro.
Según Capurro, la inclusión de cultivos de cobertura resulta fundamental debido a que su masa vegetal impide el impacto directo de la gota de lluvia sobre el suelo y reduce la velocidad de escurrimiento superficial del agua. Además, “las raíces favorecen la agregación, la aireación del suelo y, luego de su descomposición, dejan conductos que facilitan el ingreso del agua a capas más profundas”.
Un estudio realizado en el INTA Cañada de Gómez mostró el grado de escurrimiento y de infiltración que registran los ambientes de loma, media loma y bajos con y sin cobertura vegetal. Así, determinaron que en el ambiente de media loma sin cultivos de cobertura, las pérdidas de suelo llegaron a los 1.042 kilos por hectárea de sedimentos erosionados, luego de una lluvia erosiva de 1 hora de duración.
Sin embargo, en el mismo ambiente con cultivos de cobertura las pérdidas de suelo se redujeron a 165 kilos por hectárea, lo que significa que en las parcelas con cubierta vegetal se logró reducir hasta un 84 % la erosión.
“Los residuos de los cultivos de cobertura permanecen anclados al suelo luego de su secado y no son arrastrados junto a los sedimentos, como sucede con los restos de cultivos trozados por la cosechadora. De esta forma, actúan como verdaderos filtros e impiden que el agua escurrida los arrastre”, expresó Capurro.
Debemos tomar conciencia de que el “suelo es un recurso fundamental”, señaló Casas quien agregó: “Si bien la Argentina logró avances relevantes en la difusión de tecnologías conservacionistas, esta problemática es compleja y requiere un programa nacional, con énfasis en educación, que focalice al recurso como un elemento estratégico del desarrollo nacional y regional”.
De acuerdo con el estudio de PROSA, desde mediados del siglo pasado, en la Argentina la erosión hídrica y eólica creció constantemente. El primer relevamiento de la erosión hídrica, realizado en 1956 por el Instituto de Suelos y Agrotecnia, se hizo en las provincias de la Mesopotamia, en Tucumán y en el norte de Buenos Aires. En cuanto a la eólica, se registró en el oeste y sur de Buenos Aires, oeste de Córdoba, sur de San Luis y La Pampa; además, incluyó información general sobre Salta, La Rioja y las provincias de la Patagonia.
Según Casas, “en 1986 se realizó otro relevamiento, que fue mucho más abarcativo pero excluyó algunas provincias, por no disponerse oportunamente de información”. En una tercera etapa, la estimación realizada en 1990, se basa en la del año 1986, “e incluye la totalidad de las provincias argentinas. Si bien es difícil comparar las cifras, resulta llamativo el crecimiento de la erosión, tanto hídrica como eólica, en sus grados severo y grave, proceso que seguramente se intensificó en las décadas de los 70 y 80”, expresó Casas.
En el análisis de los datos globales sobre la estimación de la erosión correspondiente al 2015 –efectuada por grupos de especialistas de cada provincia– sobre un total de 105 millones de hectáreas erosionadas “se observó un crecimiento de un 82 % respecto de la efectuada en 1990”, dijo Casas quien afirmó que “más allá de que son estimaciones, se trata de un incremento muy importante de los procesos erosivos que conspiran contra la sustentabilidad de los modelos productivos actuales”.
El trabajo muestra que la erosión hídrica es la que más creció en el último cuarto de siglo, con un incremento de 34,6 millones de hectáreas, es decir, se duplicó; mientras que el crecimiento de los procesos eólicos fue algo menor y afectó a 13 millones de hectáreas más.
“Es importante señalar que el mayor crecimiento de la erosión se registró en los grados ligero y moderado, en alrededor de 44 millones de hectáreas”, explicó Casas quien indicó que “en los grados severo y grave se mantuvo estable”. (Fuente: Inta)