Un recurso clave y en riesgo

No lo respiramos ni lo bebemos, tampoco nos abriga, pero junto con el aire, el agua y la temperatura, el suelo constituye uno de los principales recursos para la vida. Nos provee de alimentos, vestido, refugio, combustibles y hasta ambientes recreativos. También almacena y purifica el agua, disminuye los contaminantes y recicla los nutrientes necesarios para el crecimiento de los cultivos.

Con el objetivo de concientizar sobre su importancia para la seguridad alimentaria y el ambiente, la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) declaró al 2015 como el Año Internacional de los Suelos. En nuestro país, desde la Asociación Argentina de Ciencias del Suelo (AACS) y las universidades llamaron a cuidarlo.

“Hay pocas regiones en el mundo con tanta fertilidad y riqueza natural como la Pampa Húmeda. Además, nuestros suelos están bajo agricultura hace pocos años, a diferencia de los de Europa, por ejemplo, que tienen más de 2000 años de historia agrícola. Esto significa que aún estamos a tiempo de hacer algo por ellos”, afirmó Diego Cosentino, presidente de la AACS y profesor de Edafología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), al sitio de divulgación científica Sobre la Tierra.

No obstante, advirtió que cada día en el mundo se cubren con cemento 2,5 hectáreas de suelo debido al crecimiento urbano. Y en el campo algunas prácticas que se utilizaron durante muchos años, como la labranza convencional, favorecieron la erosión y la pérdida de carbono en los suelos en muchas regiones productivas.

Miguel Taboada, director de Suelos del INTA e investigador principal del CONICET, coincidió en que “los suelos de la Región Pampeana están entre los más fértiles del mundo. De hecho son objeto de envidia en otros países del mundo donde, en general, la producción de cultivos se hace sobre suelos de peor calidad”.

“Pero no debemos confundirnos -aclaró-. Esta situación motivó que gran parte de la explotación realizada en el siglo XX afectara esa fertilidad natural y muchos de estos suelos la han perdido. Quizás la principal causa fue el uso de elementos de labranza muy agresivos, que hoy se ha minimizado”.

La llegada de la siembra directa a la producción de cultivos significó un respiro para los suelos. “Fue muy beneficioso porque logró detener los procesos de degradación, al no removerlos y dejarlos más protegidos. Antes teníamos tasas de erosión de 50 tn/ha/año y hoy estamos debajo de las 10”, dijo Taboada.

Por su parte, Carina Álvarez, secretaria de la AACS e investigadora de la cátedra de Fertilidad y Fertilizantes de la FAUBA, agregó que actualmente “el 85% de los granos de la Argentina se producen bajo siembra directa. Somos el país que más proporción de agricultura hace en labranza cero y el tercero en cantidad de hectáreas”. Y advirtió que una de las deudas pendientes es aumentar la reposición de los nutrientes que se van del suelo con cada cosecha.

Luces de alerta

Los investigadores coinciden en señalar que hoy existen algunas luces amarillas y rojas en la agricultura, debido fundamentalmente al monocultivo de soja y a la falta de reposición de los nutrientes del suelo, que se suman a los cuestionamientos cada vez más extendidos respecto del uso de agroquímicos, en particular de los herbicidas.

El monocultivo provoca períodos muy extensos de tiempo en los cuales no hay raíces vivas, y en soja o algodón, por ejemplo, dejan los suelos descubiertos porque generan una escasa cantidad de residuos que protejan al suelo de la erosión entre la cosecha y la siembra. “Todo esto hace que los suelos queden muy sujetos a pérdidas de carbono y tiendan a la compactación”, dijo Taboada, quien también es docente de la FAUBA, y alertó: “Otra cuestión es que estamos entrando en un desbalance de nutrientes. Se reponen menos de los que se extraen y eso está empobreciendo la fertilidad de los suelos”.

“Nuestros suelos eran muy ricos y potenciaban el rendimiento de nuestros cultivos. Pero cosecha tras cosecha muchos de nutrientes se fueron yendo del sistema y llegó un punto en que fue necesario empezar a reponerlos a partir de la fertilización, la fijación biológica del nitrógeno (propia de las leguminosas) y el abonado”, dijo Álvarez. “Esta concientización comenzó a estar presente en los últimos años: devolver la fertilidad que vamos retirando cosecha tras cosecha”, apuntó.

“Hoy existen modelos de fertilización que se usan para aplicar lo necesario para producir el rendimiento que buscamos, sin excedernos, porque sino quedan nutrientes en el suelo que se pueden perder, ir hacia los cursos de agua y generar contaminación”, explicó.

Factor de cambio climático

“Las ciencias del suelo también está íntimamente relacionadas con cambio climático, porque el suelo cumple la función de capturar carbono, almacenarlo e impedir que se libere a la atmósfera como dióxido de carbono, que es el principal gas de efecto invernadero”, dijo Cosentino.

Según Taboada, experto responsable del inventario de emisiones de gases con efecto invernadero del sector agrícola de nuestro país ante el IPCC, el suelo juega un doble rol ante el cambio climático: “Por un lado es el principal almacén de carbono de la naturaleza en ecosistemas terrestres (aunque la deforestación y la expansión de la frontera agrícola no estarían colaborando con este proceso). Por otro lado, emite gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y otros cuya composición en el atmósfera es muy inferior pero cuyo poder de absorber la radiación del sol es mucho más alto, como el oxido nitroso (que tiene un poder de calentamiento de 295 veces superior al dióxido de carbono) y el metano (25 veces superior).

El cambio climático también está provocando fenómenos extremos, como fuertes tormentas y sequías, que aumentan la erosión eólica e hídrica, y aumentan la necesidad de implementar prácticas que tiendan a protegerlos. (Prensa Fauba)

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